Lo único coherente en ese momento para Mel fue hacerse un ovillo en el suelo y comenzar a mecerse. Tardo un par de horas en comprender lo que sucedía, en que el peso de las palabras de Hades y Persefone callera al fin sobre sus hombros, en comprender la mirada de Hermes, llena de lastima hacia ella.
No saldría de ahí pronto, y el tiempo restante le parecía una eternidad.
La oscuridad comenzó a rodearla, sentía como la consumía, entraba en ella como una enfermedad, la paralizaba, la llenaba de terror.
¡No!
Debía ser fuerte, debía resistir, debía levantarse o... la consumiría por completo...
Como extraño a Talía en esos momentos, la musa de la comedia siempre había sido la más cercana a ella, y era la única que lograba comprenderla... Talía era la única persona que lograba sacarla de aquel poso de oscuridad, y en aquellos momentos, cuando Melpómene veía a su hermana perder la sonrisa, era cuando más se odiaba a sí misma.
No podía evitarlo, estaba en su naturaleza...
El llanto, era para ella como respirar, el dolor... la quemaba por dentro pero le era imposible imaginarse vivir sin él.
Miro sus manos, temblaban, se sentía tan débil como una hoja al viento... el sueño comenzó a vencerla pero el coraje la obligo a ponerse de pie.
¡Perséfone!
Esa ninfa...
La había mandado traer aquí... solo por el placer de maldecir a otro ser.
Melpómene se lleno de rabia, cuando Apolo se enterara de esto... claro... primero tenía que salir con vida de aquel lugar.
Mel se decidió a buscar a Hades, Perséfone había dejado en claro que no la necesitaba más, por lo que a Melpómene respectaba, ya no tenía porque estar ahí más tiempo.
Salió de la habitación y dio vueltas por ahí, pero el inframundo era tan inmenso, dudaba poder encontrarlo sin saber exactamente a donde ir.
Fue entonces cuando escucho el aleteo.
Un aleteo que le parecía no haber escuchado en siglos.
De pronto, frente a sus ojos vio otro par de enormes ojos tan negros como la noche, aunque invertidos aquellos ojos los reconocería en cualquier lugar.
-¡Momo!
-Hola hermosura. – El ser de inmensas alas negras se encontraba frente a ella, cara a cara... aunque... su cara estaba de revés.
Hacía siglos que no apreciaba esa sonrisa ladina. La felicidad de ver a Momo frente a ella eclipso su desesperación.
-Talía estará tan feliz de saber de ti. – espeto acercándose a él cuando al fin se dio la vuelta para quedar de pie sobre el suelo.
Se fundieron en un abrazo lleno de añoranza.
Momo había sido desterrado del Olimpo hacia algunos... siglos... debido a sus tan atinadas pero indebidas burlas hacia los dioses.
Era un placer verlo de nuevo.
-Escuche que andabas por aquí y decidir venir a verte preciosa. – soltó Momo con esa mirada brillante tan propia de él y esa sonrisa de lado siempre altanera.
-Así es... Perséfone me mando traer...
-Oh... nuestra nueva reina... - soltó Momo con su clásica ironía impregnada en la voz - es tan adorable y tan sociable... estamos todos tan felices de que nuestro rey se convirtiera en un perro faldero que creo que el inframundo debería ofrecer una fiesta.
Mel rio por lo bajo.
-Sinceramente creo que su matrimonio será de esos envidiados... de los que no puedes dejar de ver... de los que... terminan en el inframundo... oh... - se cubrió la boca como si hubiese dicho una palabrota.
-Te extrañamos Momo... sobretodo Talía...
Una fugaz chispa de tristeza cruzo la mirada de Momo.
-Y yo a ella... a ustedes... linduras... - Su rostro se ilumino de nuevo – Acompáñame Mel... aunque estoy seguro de que el lugar va contigo, te llevare a un sitio... más alegre...
Entrelazo su brazo al de Mel y comenzó a flotar junto a ella.
Mel se olvido entonces de Hades y Perséfone y acudió gustosa hasta el templo del alado.
Una chiquilla de cabellos rubios y sonrisa contagiosa fue la primera en saludarla. La saludo como si fueran grandes amigas que había milenios no se veían.
-Fil... ella es Mel, musa del drama... quien está en nuestro adorable hogar como invitada personal de nuestra queridísima reina.
La sonrisa de la rubia se hizo menos amplia pero no se extinguió. Tomo a Mel de la mano y la llevo hasta un diván.
-Es un gusto tenerte con nosotros... últimamente no tenemos muchas visitas. – soltó la chica casi con tristeza.
-No que puedan charlar – soltó Momo sentándose frente a ellas.
Pasaron un buen rato charlando hasta que un sirviente les llevo vino. El sirviente era un ser que Mel jamás había visto. Era pequeño, encorvado, una capucha sobre su cabeza no dejaba ver su rostro, solo sus huesudas manos pálidas se asomaban desde la enorme manta negra que usaba para cubrirse. En cuanto dejo el vino sobre la mesa se retiro tan silencioso como había llegado. Mel sintió un escalofrió al pensar que aquellos seres habían preparado su baño, así, tan silenciosos como ahora, y ella mientras dormía no se hubiese percatado.
-Los sirvientes no te harán daño, se que para alguien de arriba pueden parecer... extraños, pero son... serviciales. – soltó Fil.
Mel le sonrió aunque aun algo pálida.
Cuando Momo le sirvió una copa de vino Mel negó rotundamente. Las risas de los hermanos no tardaron.
-Come, no te hará daño, créenos, no te quedaras eternamente en el inframundo por una copa de vino. No si lo que comes te lo ofrecemos nosotros.
-Solo si lo robas – secundo Fil.
Mel no se sentía muy segura pero confiaba en Momo, claro que también recordó que Momo era un bromista empedernido y la idea de una broma muy graciosa para él seria condenarla al inframundo por el resto de la eternidad, pero miro los ojos de Fil y sus dudas se desvanecieron.
Tomo la copa y brindaron.
-Por qué tu estadía en el inframundo sea... entretenida – brindo Momo, chocaron sus copas y le dieron un trago a la copa cada uno.
Fue una larga tarde y de pronto Mel se sintió cansada, escucho a lo lejos a Fil saludando alegremente a alguien pero la idea de moverse de su cómodo lugar para conocer al recién llegado le desagrado bastante por lo que se recostó y cerró sus ojos un momento. Lo último que vio fue un hombre alto y fornido acercándose al diván.
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Una musa para el dios del inframundo
FantasyHades haría cualquier cosa con tal de ver feliz a Perséfone, incluso pedir "prestada" a Apolo una de sus musas. Pero más que felicidad Melpomene llevara al inframundo toda su desdicha, algo que Hades encontrará... gratificante.