Aun sin nada que hacer...

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Hades tomo la ambrosia de un trago. Soltó de a poco el aire que había estado conteniendo por un rato. Le frustraba tanto no poder mantener feliz a Perséfone, no entendía por qué, hacia todo cuanto ella quería, la trataba como a una reina, cada uno de sus caprichos era concedido. ¿Por qué aun quería marcharse?

Lanzo el vaso contra la pared en donde se estrello en un chasquido.

El dios masajeo sus sienes.

¿Qué más podía hacer?

Se había enamorado perdidamente de Perséfone desde que la había visto por primera vez, de pronto, solo había sentido que no podía vivir sin ella. Y la había traído aquí, al inframundo, al no poder salir él, había decidido traerla a ella. Pensaba que cuando lo conociera, cuando supiera cuanto la adoraba, ella profesaría tales sentimientos por él también, pero no había sucedido. Ella solo sentía miedo, como todos los demás.

Hades estaba cansado. Harto de que todos huyeran de él solo por ser el dios de la muerte. Gobernaba en el inframundo pero no por eso era el peor dios que existiera. Como prueba de eso estaba Zeus. Era el mayor bastardo que Hades conociera pero todos lo adoraban por ser el dios de los cielos. Bufo. Maldito Zeus, lo haría pagar. Algún día, lo haría pagar.

Un pequeño asentimiento de garganta lo saco de sus cavilaciones.

Hades levanto la mirada para encontrar a la musa.

-¿Si, musa?

-Amm, en vista de que su esposa no desea que la inspire hoy tampoco, me preguntaba si podría regresar al templo de Apolo.

-No, el trato fue, cinco días.

-Pero yo necesito inspirar.

Hades cerró los ojos con fastidio y cansancio.

-Además de que necesito los rayos de Apolo. La oscuridad de este lugar me roba mis fuerzas...

Hades levanto la mano para se callara. No necesitaba que le hablaran de lo asquerosamente desgastante que era su hogar.

-Lo entiendo musa.

Se levanto y comenzó a caminar a la salida. Al pasar por su lado sintió de nuevo esas inmensas ganas de echarse a llorar, pero las hizo a un lado y se controlo. Después de un momento se volvió al no escuchar los pasos de la musa.

-Ven.

La musa lo siguió en silencio un largo rato. Hades pensaba que las musas eran seres que bailaban y cantaban y adoraban cada segundo de la vida... algo así como una ninfa, sonrió al pensarlo, fue por eso que se había enamorado de Perséfone, estaba tan... viva. Disfrutaba cada segundo y bailaba, reía, cantaba. Al menos antes de que la trajera a este lugar. Ahora solo lloraba o se molestaba.

-¿Todas las musas son como tú? – se encontró preguntando.

La musa lo miro con sorpresa. Sí, claro, era el dios del inframundo haciendo una pregunta que no tenía referencia a la muerte, que sorpresa. Pensó con ironía.

-No, cada una es diferente y tiene sus propias cualidades.

-Ya veo, así que tú eres así porque el drama es lo tuyo, ¿entonces la musa de la risa ríe todo el tiempo?

-La comedia, y si, ella suele sonreír mucho. Demasiado en mi opinión.

Hades asintió. Debió haber traído a esa mejor, no le haría mal un poco de alegría a su vida.

-¿Qué me dices de la lujuria? ¿Es una zorra?

-Erotismo... y... amm... no precisamente. Ella... si, lo es.

Una musa para el dios del inframundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora