Un trato entre dioses

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Caminaba de aquí para allá en su lúgubre habitación. Devanándose los sesos para averiguar que le podría ofrecer a Hades. ¿Qué? ¿Qué tenía ella para ofrecerle?

Escucho un aleteo y abrió la puerta con rapidez.

-¡Hermes!

-Hola Mel... - el rostro del dios lucia algo preocupado aunque su sonrisa seguía ahí. – Te traje comida y algunas túnicas...

-Gracias. – tomo la bolsa y se hizo un silencio incomodo. - ¿Cuánto tiempo ha pasado arriba?

Los ojos de Hermes se agrandaron con sorpresa.

-Ammm...

-Ya se... se que estere aquí... durante mucho, mucho tiempo más que cinco días... al menos...

-Ya te lo dijo ¿eh? Lo lamento Mel. Ha pasado un día, ya esta Artemisa sobre los cielos.

Artemisa, solo había pasado un día, aun faltaba toda la noche y cuatro días más y ella ya había perdido la cuenta del tiempo que llevaba ahí atrapada.

-¿Apolo lo sabe?

Hermes negó.

-No, y no soy quien para decírselo... a menos que quieras que lo haga, si no... me estaría metiendo directamente con Hades y...

-Está bien. – Mel suspiro – Solucionare esto yo sola, no debo depender de Apolo todo el tiempo.

Mel torció los labios, aunque claro, había sido culpa de Apolo que ella estuviera ahí, si él no la hubiese prestado como si fuera...

Suspiro para tranquilizarse, este lugar hacia que sus sentimientos ya de por si oscuros, se oscurecieran aun mas.

-Lamento esto Mel...

-No es tu culpa. Gracias, por traerme las cosas...

Hermes le sonrió y esa cálida sonrisa basto para que Mel recordara su hogar y lo que era la felicidad.

-Debo irme, volveré pronto.

Mel asintió y vio como Hermes desaparecía en un manchón azul.

Volvió a suspirar. Saco de la bolsa sus vestidos y los reviso. Eran suyos, ¿habría entrado Hermes por ellos o Talia se los habría dado? Como fuera, se cambio, sentía que había pasado la semana entera usando la misma ropa. En cuanto lo hizo se sintió mejor consigo misma.

Eligio una túnica negra, curiosa elección, bastante acorde al lugar, por desgracia toda su ropa era dispuesta para usarla bajo el sol, estaba bastante escotada y sus piernas se asomaban a cada paso que daba, solamente abrazadas por cadenas de plata.

Tendría que funcionar.

Continuo pensando en su trato... ¿y si le daba... una oportunidad?

Si, el dios lo tenía todo, un reino, súbditos, una esposa pero... le faltaba el amor de dicha esposa, amor que trataba de obtener con desesperación.

Así que teniendo en claro lo que diría se dirigió al salón del trono de nuevo donde esperaba encontrarlo.

Y así lo hizo, esta vez estaba completamente solo. Mirando a la nada. Mel sintió una punzada de tristeza al verlo. Parecía desdichado.

Su mirada azul zafiro la bario de la cabeza a los pies.

-Te han traído tu ropa ¿eh?

-Así es.

-¿Ya pensaste en el trato que me ofrecerás?

-Creo que te agradara...

-¿Y bien? Soy todo oídos – soltó con esa voz baja y atemorizante.

-Quiero... poder ir y venir por este lugar a mi antojo. Hay lugares que me encantaron y otros que quiero conocer y... - Al verlo algo aburrido paso a su siguiente punto – Quiero poder comer... sin tener que permanecer aquí por el resto de la eternidad si como una semilla de granada y... quiero irme, en cuanto piense que he hecho mi parte del trato.

-¿Qué sería?

-Te ayudare... te ayudare a conquistar el amor de Perséfone.

Los ojos de Hades brillaron de ira, se levanto del trono y camino hacia ella. Toda la seguridad de Melpomene se derritió.

-¿Quién te crees que eres, musa?

-Ella te detesta. – le susurro con los dientes apretados.

Hades temblaba de ira frente a ella, demasiado cerca como para sentir su respiración.

-Es mi esposa.

-Es tu prisionera. Si de verdad quieres una esposa, acepta mi trato y permíteme ayudarte a conquistarla.

-¿Y que podrías hacer tú, musa del drama? ¿La harás llorar hasta que me ame? – se burlo Hades.

Melpomene bajo la mirada, se dio cuenta de que el pecho de hades rosaba contra el suyo. Se obligo a tranquilizarse.

-Hare mi mayor esfuerzo, le hablare bien de ti, te ayudare a escribirle versos... que harán que su corazón se ablande, no hay nada más fácil que enamorar a una mujer desecha... te aseguro, que con mi ayuda... ella se rendirá ante ti.

Hades la miro durante unos momentos y cuando al fin Mel levanto la mirada, él vio toda esa tristeza que la pobre musa albergaba.

-De acuerdo. – Soltó dándose la vuelta – pero si no lo logras...

-Lo haré.

-Te quedaras hasta que lo logres, y si Perséfone tarda mil años mortales en amarme, serán los años que tú permanecerás aquí.

Mel sintió su corazón estrujarse. Mil años. No debió hacer esto en primer lugar. Debió tomar los cinco días y callarse pero ya todo estaba hecho. No podía dar marcha atrás.

Debía hacer que Perséfone amara a Hades o permanecería atrapada en el inframundo durante toda su inmortal vida. 

Levanto la mirada para encontrarse con los fríos zafiros de Hades. 

Le ofreció su mano. 

-¿Trato? - soltó burlón con esa voz baja, sabiendo el miedo que Mel sentía. 

Mel tomó su mano con la propia, sintio un escalofrio al ponerla en contacto con la helada mano de Hades, el dios al parecer sintió lo mismo pues dio un respingo. al estrecharlas, un brillo azulado destello de sus palmas. Un trato hecho entre dioses, irrompible. 

En el inframundo pero en un templo apartado del de Hades, muy, muy apartado, en un templo que estuvo ahí desde mucho antes de que Hades saliera del estomago de su padre. Un hombre tan pálido que parecía estar bañado en plata levanto su blanca mirada, detuvo la pluma que jamás soltaba sobre el libro grueso y amarillento que contaba la historia infinita desde el principio de los tiempos y suspiro. 

-Ha comenzado. - susurro. 

El destino, estaba echado.  

Una musa para el dios del inframundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora