Capítulo 27 "Una cita"

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—En serio Grace, esto me parece surrealista —comenta Harper mientras entramos en el aula. 

—Harper, por favor, dime que estoy haciendo lo correcto. 

—Lo estás haciendo, pero si de verdad te gusta, no deberías luchar contra el amor. 

—¿Y hacer que me expulsen sí? —pregunto molesta. 

Harper se queda callada, algo muy extraño de ella. 

Ambas nos sentamos en nuestros pupitres en silencio sin saber que decir. Mi mente solo es capaz de pensar en Pierce, Pierce, Pierce. ¿Por qué me tengo que enamorar de gente imposible?

El señor Allen entra con una expresión fría y hostil como de costumbre. A optar por su rostro, me hace entender que no le ha ido muy bien la noche. Las ojeras le delatan. 

—Señorita Collins —me llama a lo que yo le respondo alzando la mirada—. ¿Trae el poema?

 ¿Poema? ¿Qué poema? 

—¿Eh? —pregunto confusa. 

—El otro día le dije que recitara un poema delante de toda la clase, ¿o se ha olvidado? —enrolla sus brazos. 

¡No puede ser! ¡Se me ha olvidado por completo! 

—Debo avisarle de que si no sale, le bajaré un punto, algo que puede perjudicar a tu media. 

—Qué sí lo tengo —le respondo molesta. 

Me levanto de mi pupitre con la miradas de mis compañeros fijas en mí. Para ellos debe de ser un espectáculo perder clase, para mí un castigo que encima no me acuerdo de lo que había hecho. Me pongo enfrente de toda la clase, y espero a que me venga un poema a la cabeza.

—Cuando usted quiera —avisa poniendo su vista en mí. Entre la mirada penetrante de Pierce y la de mis compañeros, los nervios se multiplican. 

—Bueno pues... recitaré un poema de... Bécquer... 

Espero unos segundos intentando recordar el poema. Lo he leído un millón de veces pero con los nervios una se olvida de todo. 

—Dese prisa, no tenemos todo el día —la voz de Pierce hace que ahora mismo quiera estamparle el borrador de la pizarra en la cara.

Desde luego que decir bipolar es quedarse corta.

—Mientras se sienta que se ríe el alma, sin que los labios rían; mientras se llore, sin que llanto acuda a... a... nublar la pupila el —me trabo sintiendo mucha vergüenza, por lo que dirijo mi mirada hacia el suelo—, mientras el corazón y la cabeza batallando prosigan, mientras haya esperanzas y... re... recuerdos, ¡habrá poesía! Mientras haya unos ojos que reflejen los ojos que los miran, mientras responda el labio suspirando al labio que suspira, mientras sentirse puedan en un beso dos almas confundidas, mientras exista una mujer hermosa, ¡habrá poesía! 

Finalizo levantando la cabeza. Muchos de mis compañeros tratan de evitar reírse y otros se quedan callados. El profesor Allen se me queda mirando sin poder descifrar su rostro. ¿Tan mal lo he hecho? 

—Ir haciendo las frases que mandé ayer, apuesto a que muchos no lo habéis hecho en casa —dice pasando completamente de mí—, y tú, señorita Collins, quiero hablar contigo en privado—se levanta con aire de fastidio y sale por la puerta.

Me quedo unos segundos vacilando en si seguirlo. Salgo de la clase y lo veo andar. Sigo su paso tras él corriendo un poco y se para en su departamento. 

Entra y entro después de él. Éste cierra la puerta con seguro y se me queda mirando. 

—Oye que si lo he hecho tan mal era porque no me acordé de prepararlo y... —antes de terminar la frase, Pierce se acerca demasiado a mí, bloqueándome contra la pared. 

Coloca su pulgar en mi mejilla e inconscientemente cierro los ojos. Necesitaba sentir de nuevo ese tacto tan cálido. 

—Mira, lo he intentando... He intentando olvidarte pero cada vez que lo hago me entra más ganas de verte. 

Yo me quedo callada. No porque no sepa que decir, sino que mi voz está quebrada. Se inclina lentamente hacia adelante, invitándome a apartarme si yo quiero. Debo hacerlo. No podemos seguir con lo nuestro.

Se detiene un centímetro en mi boca, con sus manos en mis mejillas, respirando el mismo aire que yo. Me mira a los ojos, pidiéndome permiso con la mirada. Yo no me muevo, la verdad es que quiero hacerlo pero mi cuerpo responde a lo contrario. 

Ninguno de los dos se mueve. Creo que Pierce está esperando a que sea yo esta vez que comience. Dudo en si hacerlo. 

Sin pensarlo más, enrollo mis brazos en su cuello, me pongo de puntillas y acorto la distancia juntando nuestros labios. Noto como sonríe en mi boca y coloca sus manos en mi cintura, apegándome más a él. 

El beso anterior fue uno más suave, pero este se veía más salvaje y necesitado, como si nuestra vida dependiera de él. Enredo los dedos en su pelo y él me besa en el cuello, haciéndome sentir muchas emociones a la vez. 

—¡Espera! —le detengo al notar su mano queriendo entrar por debajo de mi sudadera.

—Lo... lo siento Grace, no quise... 

—No... no tienes nada de culpa, es que me siento incómoda estando en el instituto. 

—Tienes razón, no sé en qué estaba pensando...—se separa colocándose el pelo y yo también.

 Ahora mismo nuestras pintas nos pueden delatar. Menos mal que no uso pintalabios. 

—Tengo una idea, ¿qué te parece cenar en un restaurante esta noche? —me pregunta entusiasmado. 

—Restaurante? Pierce...yo no soy la persona indicada para ir a un restaurante, es solo mirarme. 

—Te veo, y no puedo estar más de acuerdo. Tú dentro de un restaurante serías la estrella —sonríe haciéndome reír. 

Me sorprende ver otra vez la sonrisa de Pierce. Al ser tan frío se me hace extraño. 

—Te iré a recoger sobre las ocho —me da un corto beso en la frente y me dice que volvamos a la clase. 

Os diría que es lo que acaba de ocurrir, pero ni yo misma soy capaz de situarme

El profesor AllenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora