Capítulo 12 "¡Ni la toques!"

70.9K 5.1K 1.4K
                                    

Contenido sensible*

Una vez limpiado los pupitres y sacado unos cuantos chicles, cojo mi mochila y salgo del centro dispuesta a ir a la casa de Pierce.  Afortunadamente no queda muy lejos. No llevo dinero encima y tener que andar aún más me arruinaría los pies. 

Transcurrida media hora, miro mi reloj y son las seis menos cuarto. La primera vez que llego antes a un lugar. Hacer esperar al don frío no es algo que quiera conseguir. 

Observo detalladamente el edificio en el que vive y es algo impresionante y aparentemente caro.¿Tanto gana un profesor de lengua? Porque si es así, quisiera estudiar filología, aunque se me défatal la parte de sintaxis. 

De acuerdo Grace deja de decir tonterías. 

Espero en el portal a que vayan bajando los demás alumnos, no quiero ser tan puntual. 

Una vez que van bajando solamente dos compañeros de mi clase, lo que me extraña porque me había dicho que antes de mi hora no había sitio, me despido de ellos y subo las escaleras con el pulso acelerado. 

El tío vive en un séptimo, por lo que a mitad de camino me arrepiento de no haber cogido el ascensor. 

Una vez que llego a mi destino, la puerta de él está cerrada, lo que me da alivio porque así puedo recobrar el aliento. 

Me planto delante de su puerta y trato de tranquilizarme. No tengo nada que temer, solamente voy a entrar en su casa para dar sintaxis junto con más compañeros. 

Ahora por culpa de Harper se me meten ideas estúpidas en mi cabeza. 

Toco el timbre después de bastante tiempo y escucho unos pasos acercarse a la puerta. La persona detrás de ella la abre y sonrío como muestra de recibimiento, aunque lo tendría quehacer él. 

Éste me dice que pase con su aire indiferente y entro algo nerviosa. Mis ojos recorren el interior del piso y noto como está muy poco decorado. No tiene cuadros, ni adornos...por suerte tiene televisor y un sofá. Creo que es de los que se mudan continuamente, porque si no, no encuentro otra explicación. 

—Siéntate en la cocina, ahora voy yo —dice dirigiéndose creo que hacia su baño. 

Entro en ella más confusa que antes. ¿No hay nadie más? Me siento en una de las sillas y saco mi libreta ,esperando a que Pearce venga. Después de unos minutos de impaciencia, entra disculpándose por su retraso.

—Vale, te pondré algunas frases y me las intentarás hacer —ordena abriendo un libro de frases aleatoriamente. 

Ahora que lo recuerdo, le tenía que entregar el libro que se le olvidó por la mañana. Sin decirle nada, saco de mi mochila el libro de Los juegos del hambre y se lo extiendo, provocando una confusión en él. 

—Te lo dejaste en la biblioteca esta mañana y supuse que te gustaría terminarlo —le recuerdo.

—Gracias, pero no lo terminaré nunca porque no entiendo nada de la trama —suspira cogiendo el libro. 

Todavía no me ha mostrado ni una sonrisa. ¿Siempre tiene que estar así de amargado? 

—Bueno, si no te has leído la primera parte, dudo de que vayas a entender ésta —suelto una pequeña risa al notar como el rostro de él cambia a una más confundida—. Hay cuatro libros y ésta es la segunda parte, por lo que normal que no entiendas nada. 

—Joder qué estúpido soy —niega con la cabeza algo avergonzado. 

 —No te preocupes, yo me he visto sagas desordenadamente, por lo que no eres el único estúpido aquí  —muestro una sonrisa, a lo que él sonríe también. 

Esto es muy raro. 

Pierce 

Ver como Grace se frustra por no saber hacer las frases hace que note algo agradable dentro de mi cuerpo. 

Su pelo desordenado envuelto en una simple coleta y su rostro sin maquillaje, hace quela vea aún más guapa. Pero rápidamente ignoro esos pensamientos tan traicioneros. Realmente no me gusta Grace, pero la veo distinta a sus demás compañeras. Es la única que no babea por mi presencia, de hecho, evita siempre mirarme, algo que me enfada. 

—Ya he terminado —dice no muy contenta de su esfuerzo—, pero vaya, que no hay mucho que corregir, es un horror —se cubre la cara como si hubiera fracasado. 

—Eso lo decidiré yo —cojo su libreta mostrándome serio y con mi bolígrafo rojo, empiezo a corregir. 

Tiene razón, es un horror. Tranquilamente le voy diciendo los cuantos fallos que tiene. Ella se acerca más a mí para ver como le voy explicando y su olor a coco me estremece. Rápidamente me separo de ella finalizando la clase por hoy. No puedo permitirme tener sentimientos por ella.

 —Muchas gracias por explicarme —agradece metiendo sus cosas en la mochila algo confundida.

 —Nada, el miércoles quiero que sigas viniendo a la misma hora, ¿de acuerdo? 

—Claro —responde dirigiéndose a la puerta. 

Grace 

Una vez que salgo de su casa, suspiro de la tanta tensión que llevaba encima. ¿Por qué ha finalizado ya las clases? Solo llevábamos media hora. ¿Acaso hice algo malo?

Mis pensamientos son interrumpidos por una voces. 

—Muñeca ¿quieres una noche divertida? —me giro sobre mí y veo como una persona se acerca.

 Puedo apreciar que está borracha por su forma de caminar. Sin decir nada, hago ademán de irme como si no lo hubiese escuchado, pero éste me coge fuertemente del brazo. 

—¡Qué me sueltes! —grito intentando zafarme, pero mi fuerza es inexistente. 

—Vas a venirte conmigo —muestra una sonrisa babosa. 

—¡Ayuda! —grito esperando recibirla. 

El borracho de su bolsillo un objeto punzante y yo ya empiezo a temer por mi vida. 

—Vuelve a gritar —me señala con su navaja. 

Trago saliva sin saber cómo reaccionar. ¿Qué se hacen en estos casos? En las películas las víctimas son secuestradas, violadas o asesinadas, y no quiero ninguna de esas tres cosas. 

No entiendo que le está pasando últimamente a la gente. Vuelvo a gritar sin importar mi vida y segundos después me arrepiento. Éste, con un aire enfadado, araña mi brazo, provocando un grito ahogado por mi parte y la rotura de mi sudadera favorita. 

A continuación pone su navaja en mi cuello y me dice de nuevo que me calle. No sé que hubiera pasado en ese momento si una persona no hubiera interrumpido esa terrible escena. 

—¡Ni la toques! —grita balanceándose contra mi agresor. 

Rápidamente quedo libre y veo como Pearce le da un par de puñetazos al hombre. 

¿Siempre me tiene que salvar la vida? 

Tras unos segundos, deja de darle su merecido y decide dejarlo escapar. Al estar borracho pues la policía lo dejaría en libertad.

—¿Estás bien? —me pregunta acercándose a mí, demasiado preocupado. 

—Sí —respondo sin mirarle a los ojos de la vergüenza. 

Ya me lleva salvando dos veces y yo ya me estoy planteando contratar a un guardaespaldas.

El profesor AllenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora