Capítulo 1

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Madelaine

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Madelaine

Cierro mis ojos y respiro hondo, llenando mis pulmones de oxígeno.

Trato de ignorar el pitido constante de las máquinas del hospital señalando que aún sigue con vida. Trato de relajarme, de dejarme llevar unos minutos más, sé que esta será la última visita ante un largo período de tiempo en el que no vendré.

Como ya es normal no logro dejar de lado el pitido, por lo que me concentro en el ruido constante e invoco recuerdos. Recuerdos felices, en paz y tranquilidad, y comienzo a hablar en voz alta, a contar lo que recuerdo, desde las risas hasta los silencios.

El ruido que genera la puerta al ser golpeada por la fuerza en la que se abre me sobresalta. La persona que entra me mira con lástima. Odio que me den esa mirada.

Limpió rápidamente las lágrimas que cayeron en mis mejillas, antes de aclararme la garganta.

—¿Qué quieres? —mi voz suena algo rasposa, pero tiene fuerza y firmeza sin ocultar mi mal humor ante la interrupción repentina.

—Debemos irnos —me ordena firmemente y elevo una ceja.

¿Está tratando de darme una orden?

—¿Disculpa? —El sarcasmo brota en la simple pregunta.

—Debemos irnos —repite, revoleo los ojos.

—Tú no me das ordenes —le espeto—, las ordenes las doy yo. Que sea la última vez que entras de esa manera.

—¿Por qué tardan tanto? —pregunta otra voz que conozco a la perfección.

—No quiere seguir órdenes —le informa el otro.

—Nosotros no damos las ordenes, Cavalo —dice con exasperación antes de girarse hacia mí—. Señorita, debemos irnos, su vuelo sale en un par de horas.

—Bien —digo sin vacilar antes de mirar directamente al guardaespaldas que casi rompe la puerta—. Así tenías que pedirlo, Cavalo. Denme unos pocos minutos —pido.

Ambos salen de la pequeña habitación dejándome a solas nuevamente con la compañía del pitido constante.

Odio ese maldito ruido.

Odio todo esto, pero ese maldito ruido es lo único que me acompaña en el silencio de esta habitación.

—Volveré pronto —mis ojos se llenan de lágrimas—. Aún te quiero, y por eso debo seguir adelante.

Aunque cueste.

Beso la frente, en modo de despedida, de una de las personas más importantes de mi vida, para luego levantarme de la silla que reposa al lado de la camilla.

Antes de salir limpio mis ojos y controlo que el maquillaje no se haya corrido, respiro hondo y abro la puerta.

—Vamos —les ordeno a mis guardaespaldas.

FUEGO © (Arder 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora