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La niña de tan solo tres años de unos muy azules y brillantes ojos con su rostro completamente bañado en pecas intenta correr a la misma velocidad que lo hacen los otros tres niños

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La niña de tan solo tres años de unos muy azules y brillantes ojos con su rostro completamente bañado en pecas intenta correr a la misma velocidad que lo hacen los otros tres niños.

La niña de siete años junto al otro niño, de la misma edad, no se percatan de la pequeña y el pequeño tropezón que da haciendo que se tambalee y amenace con caer sobre el pasto recién cortado, pero un pequeño, dos años mayor que ella, si se percataba de cada uno de todos los movimientos que ella hacía.

—Mad —la llama con voz suave cuando ve que la niña no va a caer—. Dame la mano así podemos ir más rápido.

La pequeña mira sus también ojos azules, que son aún más oscuros que los de ella, haciendo que se pierda por unos segundos en su profundidad. El niño acostumbrado a que ella haga eso no le dice nada y espera que ella vuelva.

La pequeña evalúa la situación para después sonreír tímidamente y llevar su pequeña mano con suavidad hasta la de él, que le devuelve la sonrisa.

Ambos pequeños corren tras los otros dos más grandes, ellos no tienen ni la menor idea del porque deben correr, pero ellos sienten que su tarea es seguir a los mayores, seguir  a sus hermanos, por lo que juntos y tomados de la mano los siguen. Hasta que llegan a un jardín rodeado por altos muros llenos de arbustos que al mismo tiempo están rodeados de una gran diversidad de flores.

La niña, a pesar de que no es la primera vez que está aquí debido a que visita con frecuencia la estancia, no puedo evitar abrir sus grandes ojos azules quedando nuevamente hechizada e hipnotizada por la magia que produce la variedad de colores de las diferentes flores, como cada vez que presencia su belleza.

El violeta, rosa, amarillo y blanco eran algunos de los colores que acompañaban a las amapolas rojas, las dahlias violetas, y a las pequeñas flores de loto que descansaban sobre el agua de un pequeño estanque al lado de un fino camino de piedras.

Madelaine tira de la mano del otro pequeño para llamar su atención—Conn, ¿no es bonito? —le pregunta lentamente, aún aprendiendo a decir cada palabra.

—Es hermoso, Mad —le responde sonriendo, se acerca a una dahlia y cuando está a punto de cortar el tallo que la sostiene para regalárselo a la niña el grito de ella ante su intención no lo deja llevar a cabo su acción—. ¿Qué sucede? —pregunta él volviéndose asustado de que le haya pasado algo.

—No puedes cortar la flor, matarás a la planta —dice ella con su ceño fruncido.

—No mataré nada —dice este.

—Si lo harás —responde ella cruzándose de brazos.

Ambos niños a tan corta edad ya eran más que testarudos, y por eso sus padres debian intervenir varias veces en las discusiones que se armaban entre ellos porque ninguno de los dos quería dar brazo a torcer. Llegando a una tarde en la cual comenzaron a tirarse del cabello al tiempo que se gritaban entre sí. Pero a pesar de todos sus intercambios nada pacíficos, ambos eran perfectos compañeros, que se ayudaban entre sí siempre que necesitaban el uno del otro.

FUEGO © (Arder 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora