Capítulo 38

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Madelaine

El frío viento golpea mi rostro, cierro los ojos alejando todo pensamiento. Solo quedándome con el ruido que hace la brisa al golpear mis oídos, y el lejano ruido de las olas al romperse en la orilla.

Respiro profundo, llenando mis pulmones.

Tenemos que hacer esto por nuestro bien, es hora de avanzar, y afrontar los problemas.

«Soy lo suficientemente fuerte como para superar esto. Todo estará bien»

Me quedo un rato en silencio, sin pensar en nada, debo estar así unos quince o veinte minutos hasta que unos brazos me envuelven desde atrás.

—Es hora de irnos —me dice con su boca sobre mi mejilla. Asiento sintiendo sus labios dejando un beso.

Miro una vez más el mar. El mar que protegió mi mayor secreto durante mucho mucho tiempo, más específicamente seis años. El mar que separó los peligros del mundo exterior de mi tesoro más preciado.

Es increíble cómo las cosas pueden cambiar de un momento a otro, por tan solo una decisión, un movimiento, una palabra o un aviso. La vida puede dar un rotundo cambio de trescientos sesenta y cinco grados en un abrir y cerrar de ojos, y ahí estamos nosotros recibiendo de lleno el golpe, afrontándolo y superándolo, o tan solo recibiéndolo por mucho tiempo hasta cansarnos.

::::::::::

—Tengan cuidado —advierte mi abuela después de romper nuestro abrazo.

—Cualquier cosa sabes que tengo mi equipo para cualquier inconveniente —añade mi abuelo al abrazarme.

—Gracias por todo lo que han hecho —les agradezco a ambos.

—No tienes nada que agradecer —responde mi abuela dejándose abrazar por mi abuelo.

Les regalo una sonrisa, enviándoles en ella todo lo agradecida y todo el amor que siento por ellos, para luego darme la vuelta y ver a Connor junto a Eric, a quienes mis abuelos ya despidieron, parados en la escalera que sube al jet privado de los Hamilton.

Camino hacia ellos, controlando mi respiración para que la ansiedad ante la incertidumbre de que puede llegar a pasar no me supere y me carcoma la cabeza.

Tomo la mano de Eric entre las mías.

Miro una vez más hacia mis abuelos. Adrienne Dumont está siendo abrazada por Belmont, sonrío al ver que después de tantos años su amor sigue intacto.

Anhelo eso.

—¿Dónde vamos mamá? —la voz de mi hijo me hace dejar de verlos para verlo a él.

—A casa amor, a casa —él frunce el ceño pero asiente, ya luego pedirá explicaciones.

Subimos, y lo acomodo en uno de los asientos sentándome al frente de él. Sé que poco después de despegar se quedara dormido.

FUEGO © (Arder 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora