Capítulo 13

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Connor

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Connor

El elevador abre sus puertas dejándonos frente al gran ventanal de mi piso con vista a toda la ciudad de los Ángeles.

No debía traerla aquí.

Ya la había dejado subir aquí la otra noche, cuando mi hermana menor me llamó debido a que se estaba sintiendo mal, eso ya fue un error, y ahora lo estaba cometiendo nuevamente. Pero tampoco me siento cómodo yendo al departamento de unos pisos más abajo en donde llevo a todas las mujeres con las que me acuesto sea día o noche.

Además tengo hambre, y sé que ella debe comer también, y abajo, en el otro departamento, no hay más que comida simple y rápida.

—Puedes dejar tu bolso y abrigo ahí —le señalo el gran sofá antes de dirigirse a la cocina.

Lavo mis manos, cuando estoy secando el agua de estas escucho sus pasos.

Me sorprendió verla en el estudio con solo un pantalón suelto, una camisa simple y zapatillas, ella siempre va tan elegante e impecable, pero aun así con una vestimenta tan simple como esa, no le hace perder ni su elegancia ni su porte imponente tan característico.

Ya he asumido que es algo natural en ella. Una cualidad que la hace ser envidiada por muchos, tanto hombres como mujeres.

—¿Qué te apetece comer? —pregunto abriendo el refrigerador.

—No tengo hambre, gracias —contesta sutilmente.

La noche anterior Marcos, su guardaespaldas, me advirtió sobre que no ha estado comiendo ni durmiendo bien, y eso, junto con el estrés, la llevan a esos episodios de ansiedad. El de ayer no fue un episodio completamente pero si fue el comienzo de uno. Por esa misma razón había decidido cocinarle, aunque no mentí, no solo lo hice para ella exclusivamente, yo quería comer también.

Me doy la vuelta para encararla.

—Reitero, ¿qué quieres comer?

—Reitero —me imita—, no tengo hambre.

Me prende que me rete con la mirada, clavando sus orbes azules en las mías.

—Comerás —dictamino—, a mi no me vendrás con ese no tengo hambre, no comeré y bla bla bla —vuelvo a girarme hacia el refrigerador—. ¿Te gustaría unas verduras salteadas con pasta? No hay carne, no comemos.

—¿No comes carne?

—Eso intento. Cómo lo menos posible, casi nada —respondo con un encogimiento—. ¿Entonces quieres?

—Si.

—Bien.

—¿Me enseñas? —me giro confundido—. Digo, a hacer ese plato.

—La gran Madelaine Dumont no sabe cocinar. Entonces no lo sabes todo como alardeas —la molesto haciéndola bufar.

—Cállate y enséñame —demanda.

FUEGO © (Arder 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora