Capítulo Diecisiete

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Piero

Una semana antes del viaje a Brasil.

Gracias a Angelo y a Dante había conseguido toda la información que requería del personaje en cuestión, estaba fuera de mis negocios y era un bache en mi camino pero no me gustaba que se metieran con lo que era mío.

Samuel Hernández, estudiante de quinto semestre en finanzas y heredero de una familia de clase media baja pero sobre todo, una puta piedra en mi zapato.

—... La vi salir enojada de la universidad y ese venía detrás de ella gritándole no sé qué cosas —me informo Angelo.

—Bien, necesito que te encargues de él. No quiero evidencias, que parezca un suicidio.

Angelo asintió con la cabeza sin objetar. Yo jamás me había metido con gente del común pero este idiota se había buscado una muerte segura desde el primer momento y si Mary había salido enfadada por lo que fuera, eso significaba que el chico era una escoria entrometida. No lo quería en su vida, me causaba celos.

Finalmente Angelo actuó, fue a la residencia a altas horas de la noche y le inyectó una dosis mortal de bromuro líquido; lo hizo parecer un suicidio y salió de allí.

[...]

Yo no quería esto.

Yo no quería que Mary se enamorará de mi porque cuando se diera cuenta de la persona que soy me iba a dar esa mirada que me está dando ahora. Por eso hice el contrato de cero amor y ella rompió esa regla tan indispensable.

Su mirada pasa del interior de la habitación, a mis manos y luego a mi cara, está atando cabos y noto que empieza a hiperventilarse, aún tiene el bikini negro y la falda y su pecho sube y baja mientras da varios pasos atrás.

—Mary —digo pero ella hace lo propio, pedir auxilio.

—¡Ayu...!

Todo pasa muy rápido, la tomo, le tapó la boca con la mano ensangrentada y en el forcejeo la levantó mientras lanza patadas al aire. Todos los empleadores del edificio saben lo que hago pero no quiero que los comensales se alerten y me veo obligado a llevarla a rastras a la habitación.

Entro, cierro la puerta con seguro y la suelto; ella se limpia la boca y una arcada de vómito la invade, así que corre lejos de mi al balcón y vomita. Trato de acercarme a ella pero me empuja varias veces, yo teniendo una expresión vacía. Tarde o temprano ella se iba a dar cuenta pero tenía una sensación horrible, no debió ver lo de la habitación.

—¡Aléjate de mi! ¡Aleja tus manos llenas de sangre! —sollozo —. ¡Asqueroso asesino!

— Escúchame...

—¿Que? ¿Que quieres que escuche? ¿Acaso que debo escuchar? No quiero que me digas lo que has hecho, por Dios, no quiero escucharlo... ¿Que les has hecho? ¿Que has hecho?

—Mary...

—¿De eso se trata tu negocio? ¿Por eso nunca me lo dijiste?

Suspiré. Por mi mente paso la idea de siempre: después de un momento lleno de alegría, donde me había sentido tan bien junto a ella, llegaba lo horrible, llegaba algo trágico que pasaba y mi karma era ella mirándome de ese modo, sin dejar que la toque.

—Voy a explicarte todo pero necesito que te tranquilices, estás por tener un ataque de ansiedad —trato de acercarme pero ella se sienta en la cama y se aleja de mi.

Me siento desesperado, su lejanía me está matando lentamente. Me siento en la cama y trato de explicarle.

—Primero quiero que entiendas que jamás en mi vida te haría daño, Mary y eso que viste allí lo he hecho por negocios.

Dama De Compañía [EDITANDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora