Capítulo 40 (final)

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Hacía bastantes noches que no dormía, o dormía pocas horas

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Hacía bastantes noches que no dormía, o dormía pocas horas. Comía lo necesario, al contrario que el grupo de viajeros que lo escoltaban. Salía a transformarse cuando su animal interior le obligaba a la fuerza. Malkolm detestaba los viajes. Alteraba sus hábitos, el sentimiento de seguridad era casi inexistente, y, sobre todo, alejaba la compañía de su pareja.

Algunos dormían en tiendas, otros a la cercanía de las hogueras y los pocos despiertos, hacían la guardia. Se alejó del centro social, uniéndose a la oscuridad del bosque. No a correr o cazar.

A esperar.

Cerca, halló unas ruinas de una choza campesina. Se adentró entre los escombros y acarició una de las paredes en pie. Miró hacia arriba, sin un techo que lo cubriera.

Malkolm la sintió, como la caricia gélida de un dedo contando los huesos de su columna encorvada. Sin embargo, cambió el impacto de su presencia al estar a escasos metros; ahora la sintió cálida y atrayente como la luz de una vela. La diosa era la representación del cambio basado en el mundo natural. Era el principio de las cosas y el final de estas. La esperanza y la muerte. El paso decisivo que pone en juego cada historia, aliento y deseo.

El frú frú intencionado por su inmaculado vestido incitó la curiosidad de su mirada, volviéndose a ella.

—¿Cómo resultó tu plan? —inquirió la diosa Daiah.

La miró fijamente, pues ella conocía los espejismos de su mente, pero no podía atravesarlos del todo. Llegó a suponer una idea perversa. Un segundo bastó para tenerla frente a él en un mágico traslado. Le sujetó la barbilla inclinando su nuca hacia delante. Sus dedos eran delicados como tallos de flores, pero demostraban lo contrario fuera de la apariencia; le dolía el hueso de la mandíbula de su fuerza. Los iris de sus ojos eran como pulidas piedras de obsidiana, oscuras y brillantes.

—Fue suficiente cuando te permití matar a tu último rey por capricho tuyo y arriesgando la estabilidad de este reino —dijo con su voz de seda, pero quien podría llevar La Dama de la Muerte.

Malkolm tenía un gran secreto que sólo compartía con la diosa, pues incluso fue ella quién lo creó. Creó una bestia superior a la suya de nacimiento. Tan poderosa que podría matar a un dios.

Y lo había probado muchas veces.

Para proteger a su diosa tal como juró con su sangre.

—No he matado a la reina. A nadie. —aclaró con severidad, acostumbrado a sus amenazas y su faceta maligna—. No usé mi poder. Y no me ha concedido nada. Mi plan fracasó.

La diosa quiso asegurarse que no había artimaña en sus palabras manteniendo su agresivo agarre mientras lo estudiaba.

Le soltó suavemente. Malkolm tragó con dificultad y se acarició la zona maltratada.

—Desconfío porque no te enseñé a controlarte del todo.

—Si uso el poder de la bestia es para protegeros, pero también lo haré por Sarah y mi hijo.

El alma del lobo (Completo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora