Capítulo 10

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No puedo olvidar la discusión de Malkolm. Lo peor es cuando llega la noche y me tumbo en la cama, mi cabeza empieza a torturarme con preguntas y escenarios donde el enfrentamiento va en miles de direcciones. Y después despierto con un terrible dolor de cabeza como si una bandada de cuervos hubiesen picoteado mi cráneo mientras dormía. Al tener un nuevo lugar donde vivir hasta que la casa fuese segura (o yo me sintiera segura en ella) mi padre dejó de hacerse notar:  no más llamadas y mensajes, ningún coche o persona misteriosa siguiéndome mientras acudía al trabajo. El tiempo transcurre sin saber de mi padre y de Malkolm; no tengo intenciones de moverme por mí misma para hacerlo, ya sea por orgullo o por miedo. Mientras, me dedico a recuperar algunos viejos hábitos como la pintura, que recuperé mi caja de arte y algunos materiales. Fue difícil al principio, hasta abandonaba el pincel antes de ahogarlo en el agua. El olor de las pinturas es como el perfume diario de mi tía, el ambientador de la casa cuando abría la puerta. Las horas que pasaba en la universidad sumergida en mis proyectos del semestre final mientras mi tía afrontaba en silencio su enfermedad. Y aquellos dibujos y lienzos empezados, pero nunca finalizados, por su falta de inspiración debido a la depresión. Amo el arte o lo amaba con más fuerza, Susan me enseñó su belleza, pero también dejó rastro de sus peores momentos.

El dedicarme a mí misma pudo provocar que mi cuerpo lo agradeciera. Vuelvo a comer con regularidad, a veces, tenía un apetito desbordante, pero satisfactorio una vez consumido. Duermo del tirón y despierto descansada y menos asustada por enfrentarme al día.

Me siento mejor, con ello, más segura. Así que doy el paso de marcar el número de Malkolm. Ya habría llegado del viaje hace días, pero no tengo esperanza que dé privilegio a mi llamada al ser un día y hora laboral; él suele ser disciplinado con su horario aunque trabaje en casa. Es una sorpresa escuchar su voz al abrir línea, y es entonces, que me arrasa una bomba de emociones. Entre un saludo cordial, tenso de mi parte y silencio del suyo tras contestarme, daba prueba sobre lo que vivimos la última vez. Emite un suspiro, más similar a un gruñido sutil.

—Aquel día, no debí comportarme de ese modo — El cruje del fondo es similar al cuero de los asientos de su coche, pero supuse que sería su silla de despacho—. Tenías razón: No es justo que exija confianza cuando no cumplo mi parte.

El corazón no me para de latir. No pronuncio palabra. Malkolm pregunta preocupado ante ello:

—Entonces, ¿arreglado?

—Sí, supongo —Por mi tono se entiende que no del todo y se lo comparto—: Pero, tengo la sensación de que habrá una próxima vez. Me gustaría quedar, zanjar lo que haya que zanjar, probar a intentarlo de forma más... Relajado los dos.

Creo que lo último sonó bastante raro y Malkolm no lo ignora por esa risita que me hacía temblar las piernas.

—Bien, ¿dónde quieres que nos veamos? ¿En tu casa?

Me cuesta tragar al sabor de la pérdida.

—Aún no me he instalado en mi casa.

Un breve silencio, pero para mí es eterno.

—Es más seguro dónde estás, es verdad —dice más de autoconvencimiento que de consuelo.

—En estos momentos, la casa de mi amiga no es una opción. Es decir, ella me pidió no traer desconocidos, por su casero y los vecinos, que son unos paranoicos con los extraños que entran en el edificio y no quiero traerle problemas —Nerviosa, me froto con la mano sobre mi pantalón poliéster mientras sugiero otra idea—: Podemos ir a...—Iba a decir una cafetería, pero me entra cosilla después de lo que pasó en la última que fuimos—. A... ¿tomar algo?

El alma del lobo (Completo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora