Capítulo 14

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No recuerdo que un trayecto tan corto se sintiera tan largo, como si el coche se aventurara a un viaje de decenas de kilómetros, sobre carreteras que parten bosques y llanuras con un silencio semejante a la proporción de la lejanía. Este camino al hotel se sintió así. Malkolm no escondía su descontento de obligar a que esperara en el coche mientras visitaba la clínica e incluso, lo peor, el que no revelara el motivo. Yo no lo juzgo. Lo comprendo, pero necesitaba hacer esto yo sola y sentirme preparada para confesarlo al llegar a la habitación. Gracias a una prima cercana de mi amiga Daisy, pude entrar con prioridad en una consulta y hacerme otro favor de mantenerme al margen de la exploración.

El sonido de la puerta cerrándose tras de mí me estremece de golpe y sujeto con fuerza el sobre del documento con los resultados. Observo a Malkolm deshaciéndose de su abrigo, quedando solo expuesto su camisa blanca que arremanga por encima de los codos. Se apoya contra la puerta con los brazos flexionados contra su duro pecho, además de un largo y uniforme suspiro y su mirada concentrada en mí.

—¿Puedo saber por qué o volverás a torturarme otras dos horas?

Inclino mi cabeza en señal de culpa mientras retiro con lentitud mi abrigo y la bufanda enrollada a mi cuello.

—Lo siento —murmuro—. Les pedí que no me comunicaran nada, y que reunieran las pruebas y el diagnóstico aquí —Miro el sobre, luego a él—. Todo está aquí.

—¿Por qué lo has hecho? —Su frente parecía partirse en dos en su línea de expresión.

—Porque... quería compartir los resultados contigo. Creo que esto nos involucra a ambos.

Malkolm me mira desconcertado, pero a la vez, percibo una inquietud en él, como si compartiéramos la sospechosa. Me entra un gran deseo de preguntarle, aunque acabo acobardándome, al igual que la simple acción de abrir el sobre.

—¿Quieres que lo abra en tu lugar? —Se ofrece, al ver mi notable inseguridad.

Se acerca con paso decidido cuando le permito hacerlo con una nerviosa afirmación de cabeza. El sobre se desliza de las yemas de mis dedos a las suyas. No tiene delicadeza cuando rompe la parte adhesiva demostrando su impaciencia. Mi corazón se acelera cuando despliega el documento delante de sus ojos y comienza a leer el informe. Estudio la evolución de su cara mientras avanza con cada párrafo y cada prueba, va pasando de una acentuada vacilación a un enfado, más pasajero que la primera impresión, hasta llegar finalmente a una sorpresa aterradora.

—¿Qué dice?

Malkolm se retira de mi cercanía con los papeles en su mano, que pronto, los castiga con su puño. Escucho unos gruñidos extraídos en lo más profundo de su garganta.

—Malkolm —Lo llamo angustiada, con la mano en el pecho donde mi propio corazón quiere escapar.

—Tu problema congénito —Comienza a decir, sin mirarme a la cara—. Se ha solucionado.

Una parte de mí queda atónica, sin creerlo, la otra, en cambio, parece que sí lo esperaba, una certeza tan sólida como un muro de ladrillo, que cada vez se hace mayor, más alto.

—¿Has probado un tratamiento en otra clínica? —Pregunta, todavía evitando el contacto visual.

—No —respondo con una extraña tranquilidad que motiva a Malkolm a girarse para encontrarse conmigo.

—¿No lo sabías?

—No —Niego de nuevo, además con la cabeza y me animo a detallar—: No he notado nada relevante desde mi última revisión, hace más de tres meses.

—Entonces, ¿qué razón...?

Suspiro por la nariz. Empiezo a sentir un persistente calambre por mis pantorrillas, puede ser debido a la tensión acumulada. Tomo asiento en una de las sillas donde dejé colgada mi abrigo y bufanda, y no sé, pero me siento mejor preparada para enfrentarme a esta delicada situación.

El alma del lobo (Completo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora