Capítulo 11

7.7K 894 103
                                    

Tengo los brazos fríos al abrazarme a la taza del inodoro

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Tengo los brazos fríos al abrazarme a la taza del inodoro. Al incorporarme, medio tambaleante, busco la cadena con una mueca de repulsión. Deseando quitarme ese espantoso olor a vómito de mi cara, boca y manos, abro el grifo del lavamanos. Escucho de nuevo unos golpes en la puerta cuando cierro el grifo, y luego, la voz de Malkolm:

—¿Quieres ver a un médico?

—Solo me ha sentado mal el vino. No pasa nada. Ahora salgo.

Después de lo que pasó hace cinco minutos, que empezamos a comernos la boca y quitarnos los primeros botones... Me da vergüenza a salir, por eso tardo más de lo debido y me encargo que el enjuague bucal que encuentro en uno de los cajones elimine todo rastro de olor. Cuando me siento preparada para dar la cara, abro la puerta y me encuentro a Malkolm saltando en su cama con el rostro contraído. Me imagino que no es sólo por la preocupación, será que aún apesto a vómito y no descarto mi ropa.

—Me da cosa pedir... —Se me cortan las palabras y no me atrevo a mirarle más de dos segundos.

—¿Qué necesitas?

—¿Tienes una camiseta que puedas prestarme? Es que no quiero seguir con esta ropa... —Arrugo mi nariz cuando la acerco al cuello de mi jersey intuyendo la razón.

Malkolm me confiere una sonrisa que hace agitar aún más mi corazón. Se aproxima al fondo de su habitación y abre una puerta; parece que el cuarto lo usa de vestidor porque rápidamente trae una larga y oscura camisa emperchada.

—Con una camiseta vieja me basta.

Malkolm lo ignora y me acerca la camisa junto a su imponente cuerpo, invitando que lo tome con una mirada que es puro fuego.

—Tócala.

Lo hago, acaricio la tela, tan suave y fresca que contengo las ganas de acercarlo a mi rostro e imitar la misma tarea que hacen mis dedos.

—Es súper suave —susurro y lo miro a los ojos, los cuales, sé que en ningún momento se han apartado de mí.

Olvido rechazar la prenda, me siento sucia para manchar una cara prenda de Malkolm.

—Haz esto: ve al baño, date una ducha, te vistes... —Me entrega la camisa. Acaricia mi mandíbula con aquella ternura que me hace suspirar de amor—. Y descansas en mi cama.

Me doy cuenta que pierdo la voluntad de negarle cualquier cosa y no me esfuerzo por recuperarla. Supongo que es una forma de aceptar que me cuidara, que me prestara su espacio y pertenencias. Y que no me siento obligada de satisfacerlo como invitarlo a bañarse conmigo y tocarme.

. . . .

Los vapores escapan del baño cuando abro la puerta. Me acompaña sólo la luz de la lámpara de la mesa de noche y me percato de una nota sobre la cama.

"Voy a correr. No me esperes despierta. Te quiero"

Te quiero.

Las palabras escritas son un propulsor para mi corazón, que deja una calidez embriagadora.

El alma del lobo (Completo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora