Capítulo 27

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El tintineo provenía de unas gruesas piezas de llave bajo el poder de Breyton. Aparte del negro de su cabello, vestía una túnica corta con mangas largas; bordados de oro lo decoraban como su cuello en barco y un cinturón de cuero que se ajustaba a la cadera. El pantalón era de otro tono oscuro, y sus botas parecían ser sus favoritas, pues eran las mismas del viaje o eso se intuía en mi lugar. Fue extraño no verlo con su arco y carcaj, rompiendo la imagen de Robin Hood pero él no usaba sus armas a robar a los ricos por los pobres. Nos quedamos mirándonos, en silencio, recurriendo a ese juego de quien resiste antes.

— ¿No vas a abrir la boca? —Sus cejas acentuaron la frente despejada por su medio recogido y no sabía qué decir —por si metía la pata— hasta que Breyton dijo tras mi falta de respuesta—. Estarás consternada —supuso.

«Asqueada, dolida, hambrienta...» enumeré mis síntomas mentalmente.

¿Y sabéis por qué no lo expresaba? Porque no tenía voluntad ni para probar en romper las cadenas. Me sentía destrozada conmigo misma en ese mundo que daba bienvenida a la sangre, bestias lobunas luchando contra otras y demostrando el cruel encanto que tienen los dioses de jugar y pactar con los débiles como las leyendas siempre nos recuerdan. Que suponía de gran esfuerzo ser valiente.

Afiancé mejor el abrazo de mis piernas a la defensiva cuando comenzó a acercarse.

— ¿Duele?

Me mostré confusa hasta hallar la relación. Articulé la cabeza en modo negación con una ira creciente.

— Es una buena noticia —Sonrió aliviado.

Me pegué más a la pared por instinto de tenerlo arrodillado y así enlazar un contacto visual y físico más cercano.

— ¿Recuerdas lo que pasó en el bosque?

No hablé ni gesticulé, pues intentaba no darle satisfacción en cada respuesta.

— Sí, lo recuerdas —afirmó con un matiz de decepción. Se concentró en buscar una llave de su manojo—. Voy a abrir las cadenas y espero que contengas tu genio mientras lo hago. ¿Entendido?

Casi broté un gemido ante el primer roce cálido que contrastaba en la mía: de hielo; intenté resistir ese impulso de abofetearlo y escabullirme. Dolía reconocer el miedo de recibir un castigo de otra flecha. Mi cuerpo se acomodó de no sentir la lacerante opresión de los brazaletes gracias a Breyton. Acaricié el contorno de mis muñecas mientras terminaba de liberar mis tobillos.

— Quiero mostrarte una cosa —contestó a mi pregunta que asomaba mi expresión y enderezó sus piernas. Le seguí después, con esfuerzo y dolor en mis miembros de estar tantas horas sentada y en la misma posición. Él tenía puesto un ojo sobre mí y los músculos tensos por si hacía un movimiento imprudente.

El alma del lobo (Completo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora