Extra +18 (capítulo 39)

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Aún tenía aferrada a Sarah por el cuello de su camisa impulsado por la acción de antes. Y aún no sabía qué más añadir que no fuera en demostrar el deseo que se respiraba.

Si en dos segundos Sarah no me besaba, lo haría yo y no perdería más tiempo en arrebatarle la ropa.

«No, contrólate, pedazo de chucho enfermo»

—Vas a romperme la camisa si no la sueltas —dijo Sarah, intentando en vano sonar agresiva en mis oídos; ella era dulce como la miel y fuego en la pasión.

—Si me besas, puede que te suelte —La miré retador, de forma seductora.

—Si lo hago, seguro que me tirarás a la bañera y no quiero mojarme —reiteró, pero mordió su labio inferior con provocación.

Me gustó imaginar a Sarah mojada para darme el placer visual de cada forma, mínima y grande, adheridas a la ropa. Se contuvo de cumplir su fantasía.

Por ahora.

—Soy un caballero. Yo no tiro a las damas al agua a traición.

—¿Y los caballeros chantajean con un beso?

—Entonces, soy más un lobo rastrero que un caballero —reconocí y sonreí de lado.

Sarah me sonrió con su reflejo de calidez.

—Y me encanta, lo amo.

Escucharla decirlo me arrebató el control. La emoción de felicidad podía ser abrumadora como la venganza, duraba poco, pero era más satisfactoria cuando estaba ahí. Sarah sabía extenderlo. Por eso, me convertí en un adicto a ella. Y desde esa noche, superó la sobredosis.

La punta de su nariz tocó la mía al inclinarme, ansioso de sellar el beso que reconocía todo: Que mi corazón era suyo y como el de ella mío. Las consecuencias de esta locura eran obvias, claras e irreversibles. Y las ignoraba con gusto.

Un suspiro abandonó sus labios, delgados e inofensivos, pero deliciosos que no pude evitar probarlos con mi lengua para después absorber lentamente y liberarlo como mi agarre en su prenda. Sarah jadeó sobrexitada del beso. Observé la hinchazón de sus labios, una rojez hermosa que conjuntaba con su rubor.

—Estoy deseando morder y lamerte entera... —Susurré contra su boca.

—Suena bien... —dijo coqueta. Ladeó su cabeza con cierta inquietud al percatarse de una cosa—. Pero en esta forma, ¿no?

De costumbre, logró sacarme una carcajada, y por la forma de expresarse, con la ayuda de sus ojos grandes y brillantes...

—Anda, déjame terminar de aclararte el pelo —dijo sonriente.

Nadie me había lavado la cabeza desde que era un niño y a nadie le permitía tocarme en mi baño, ni por seductor que fuera el sujeto...
Pues no cometería los mismos errores, no lo permitiría en sueños. O eso pensaba. Porque Sarah lo desafió y ganó. Ella se convirtió en la excepción como muchas cosas.

«Tienes mi corazón...»Le había declarado.

Era un romántico ridículo.

Echó agua sobre mi cabeza un par de veces, empeorando mi vergüenza, y dejé que frotara con la esponja vegetal mi espalda, cosa que me relajó. Me volví cuando su contacto desapareció.

—¿Has terminado?

Tenía la toalla en mano. Estiré mi mano dispuesto a secarme de una vez y salir de la bañera, pero ella me lo restregó por la cabeza.

—Puedo secarme yo —protesté con un gruñido.

Pero me ignoró hasta que decidí que debía parar, con ese frota y frota pasando de fuerza que podría arrancarme el cuero cabelludo. La tomé de la muñeca. Y una vez más, mi franco autoritario se quebró con otra de sus simpáticas y cariñosas sonrisas.

El alma del lobo (Completo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora