Capítulo 3

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Estoy despierta cuando el valle nevado pasa a un angosto bosque y el auto conduce por el trecho de un puente de piedra, para abrirse a otro camino en medio de árboles donde sus desnudas ramas hacen pacto entre ambas partes

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Estoy despierta cuando el valle nevado pasa a un angosto bosque y el auto conduce por el trecho de un puente de piedra, para abrirse a otro camino en medio de árboles donde sus desnudas ramas hacen pacto entre ambas partes. En su final, el silencioso conductor detiene el coche ante las verjas de acero, que separa el terreno forestal al privado. En unos segundos, se abren automáticamente. Ya había atisbado antes del puente una construcción antigua. A simple vista parece un castillo, de estilo gótico, una grandeza de arte de la arquitectura, pero solo es una mansión restaurada bajo cimientos de lo que fue un monumento antiguo o eso me dijo Malkolm. Acaba rezando al cielo sus torres en punta, las otras ceñidas en almenas. Hay arcos y bóvedas ocultas en su corazón, anchas y altas ventanas frontales que las protegen barras de acero. Escucho cómo el motor se duerme y las ruedas asentarse en las losas de la plaza revestidas de nieve.

Un hombre de brazos cruzados y de postura recta, que viste una básica y ancha camisa, oscuros pantalones de despacho, me espera por debajo del gran arco de la fachada tras la luz de su hogar y que no duda en bajar el pequeño tramo de escaleras y enterrarse en la nieve reciente para recibirme nada más salir del auto. Me pilla un poco de sorpresa su abrazo. No es que sea algo nuevo, nos saludamos así, pero éste lo siento más fuerte y duradero. No me importa, me encanta.

—¿Qué tal el viaje? —pregunta mientras se encarga de llevar mi bolso.

—Bien —Respondo, pero con cierto aire de fatiga—. No hacía falta que contrataras un chofer, podía ir perfectamente en tren y luego...—Asomo la vista al auto, pero éste ya desapareció y pierdo importancia al asunto.

—Me aseguro que vas segura y cómoda —Respalda a la vez que me conduce al interior de la casa.

El frío queda atrás y ahora el calor del hogar hace que me desprendiera de la bufanda y del abrigo; Malkolm se ofrece a encargarse de ellos. Después, no supe dónde o a quién se lo deja, porque mi atención reside en las paredes de madera de roble, de forma de molde rectangular que se hunden y de bordes compactos; los cuadros que pude alcanzar a ver a ambos lados de los pasillos, la gran escalera de cascada y me cuesta diferenciar el material del suelo, si era de piedra caliza o de un mármol color perla.

El calor de Malkolm se posa en hombro.

—¿Tienes hambre?

—Pues ahora no, pero...

—El café estará de camino —Se antepuso a decir con un toque de humor y recuperó parte de su voz neutral—: Lo tomaremos en la primera sala. ¿O quieres en el comedor?

Yo le doy la libertad en su elección.

Así pues, me arrastra a un pasillo que no capto al entrar; no hay puertas a estancias y las ventanas están cubiertas de gruesas cortinas que no dejan pasar cualquier tenue luz. Hay cuadros sobre paisajes, de mitología, edificaciones antiguas y animales... Supongo que pertenecen a la mansión desde sus inicios o durante siglos por las arrugas del lienzo y sus exuberantes marcos de oro y desgastados en sus esquinas; la escasa luz proviene de pequeñas lámparas ancladas a las paredes con forma de media luna.

El alma del lobo (Completo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora