Capítulo 19

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El costado de mi mano resbalaba por el papel junto al lápiz garapeando. Cuando terminaba la anotación, lo partía, intentando no alcanzar las letras. Luego, lo usaba como un marcapáginas en el tema que me interesaba releer del libro. Me dolía malgastar las carísimas hojas de mi blog y las minas de mis lápices, pero no encontraba otro recurso que me ofreciera la habitación.

De vez en cuando, mi vista se dirigía a la tele, luego al reloj y devuelta a la lectura.

Había avanzado en el libro, pero no encontraba ninguna referencia relacionada sobre aquellos extraños árboles. Así que, si no encontraba lo que buscaba, esperaría por el nuevo ordenador de Malkolm, aunque tenga su constante atención como norma de usar su espacio de trabajo.

La puerta resonó y casi me caí de espaldas en la silla del susto del encierro en mi burbuja. Empecé a guardar las cosas a gran rapidez. Supliqué por no ver la cara de Malkolm cuando lo abriera. Toda presión se esfumó en un soplido. Allí Blaire sostenía una montaña de ropa perfumada de lavanda.

—No te preocupes, yo me encargo —Me ofrecí sin darle oportunidad de acceder a la habitación-. Gracias, Blaire.

La empleada retomó el camino al pasillo tras despedirse con una sonrisa cerrada.

Me dirigí al baño a dejar las toallas; incliné mis rodillas y abrí los roperillos a dejarlas guardadas hasta su uso. Levanté mi vista y me topé con mi imagen ante el espejo.

«Podría estar peor» pensaba y me analicé a fondo, palpando mi cara, juzgando.

Y es que, apreciaba más redondez en mis líneas faciales, más brillo en mi tez y los labios rojos como si me inyectara una tinta permanente. No había ojeras, al menos no unas tan marcadas síntomas del insomnio.

¿No era un mito eso de embellecer en el embarazo?

Olvidé mi reflejo, y me concentré en la pieza doblada en la cima de otras. El secado con calor le concedió una suavidad exquisita a la tela vaquera. La extendí en alto. Sentí mi boca seca, de recordar mi visión: las hebillas plateadas que sujetaban la parte delantera, que tiraban levemente al flexionar las piernas y los pantalones estrechos, mojados y sucios donde cubría las rodillas.

Y de nuevo, otra llamada –esta vez del teléfono–, interrumpió mis pensamientos.

Aguardé a que se silenciara pues de seguro que la llamada se dirigía a Malkolm. Terminó el agudo sonido y suspiré agradecida. Me dirigí a la mesa con el peto colgando de mi antebrazo. Cuando volvió a sonar, esta vez no pude soportarlo más que lo mandé al infierno. Cogí el mango con dureza.

— ¿Qué? —Mi tono demostró fielmente lo irritada que me encontraba.

— ¿Estabas... ocupada? —inquirió el señor de la casa indicando algo indiscutible y privado.

— No, eh... –Me atraganté, respiré y rápidamente pregunté curiosa—: ¿Desde dónde llamas?

— Desde el despacho —Resopló, más se unió un sonido como cuero forrado que lo aseguró.

—Oh, desde tu espacio privado y pecaminoso —Saqué ese pequeño lado sarcástico. Era un intento de evitar que se notara mi nerviosismo a través de mi voz.

Su carcajada trémula fue como esa entonación que nunca me cansaría de escuchar.

— ¿Podrías acompañarme en la cena?

Mi corazón respondió asertivo a la invitación, pero miré la tele que en ese momento que producía un anuncio de seguros y después al reloj. Había perdido las esperanzas tras ver dos telediarios y terminar con en el tiempo que no dejó ningún dato de cuándo caería luna llena. Podía intuir si miraba al cielo más no pudo ser. Las nubes negras, propias de una tormenta, habían cubierto el cielo durante toda la tarde impidiendo ver un atisbo claro de la luna y parecían que no estaban dispuestas a irse pronto.

El alma del lobo (Completo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora