*16*

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El dolor de cabeza me persiguió todo el día, o la tarde, me había despertado después de la hora de comer y la luz me molestaba demasiado, como una aguja en el cerebro, los ruidos eran horrorosos. Hasta el trinar de los pájaros era molesto. El estómago tan revuelto que no fui capaz de comer nada sólido hasta el atardecer.

¿Esto es lo que la gente llama una resaca? Pues no veía lo divertido...

Efectivamente me acordaba de todo lo que había hecho la noche pasada y aun sonreía recordando lo bien que me lo había pasado. Estaba casi seguro de que JeongIn había inmortalizado con la cámara de su móvil algunas escenas de la noche.

Mis poderes no habían vuelto aún, pero no perdía la esperanza, aún no habían pasado veinticuatro horas.

Ya había llamado a mi contacto de la magia negra, ellos trabajaban de manera distinta a nosotros y les gustaba sentirse importantes cuando hacían las cosas,me contestaría con una confirmación o una negación cuando a ella le pareciera. Me frustraba, pero sería peor si insistía.

Así que esa noche me iba a dedicar a mis plantas y a leer un poco. JeongIn había guardado el libro de aire en su bolsillo mágico y hacía un rato que me lo había dado. Estos libros, aunque los tuvieras en tu poder y ellos estuvieran dispuestos a dejarse leer, no se abrirían porque sí a cualquiera. Vi que el cuero de sus tapas estaba algo reseco y deshidratado por el tiempo, así que decidí empezar a convencerlo de que era un buen lector para su contenido preparándole un aceite con el que hidrataría su cuero.

El invernadero del aquelarre tenía una sección solo mía. Una pequeña esquina de apenas cuatro metros cuadrados que alimentaba con mi magia y experimentaba científicamente con ellas para volver las flores de sus plantas luminiscentes en la oscuridad.

Se vendían bien. A la gente le gustaba lo exótico.

Ya se había puesto el sol hacía rato pero las luces del invernadero marcaban el camino bien. Saqué las llaves del bolsillo trasero del pantalón vaquero y abrí la puerta de varillas de metal, la dejé abierta. No hizo falta encender la luz para lo que quería hacer, ya las flores luminiscentes iluminaban lo suficiente el espacio. El cielo abierto estaba iluminado por la luna en cuarto creciente. Tenía una pequeña hamaca ahí, quizá me quedara a escuchar música mientras esperaba que terminara de reposar el aceite.

Estaba seleccionando las hojas de aloe que necesitaba cuando oí unos pasitos apresurados y nerviosos fuera de la habitación. Muchos de los niños más pequeños a veces jugaban allí porque el contacto con la tierra era a veces lo más cercano a la madre naturaleza que tenían, los hacía sentir libres con su magia. Además de que era divertido endurecer a los mayores y jugar al pilla pilla con ellos, al parecer. Sonreí mientras seguía con lo mío. El dueño de los pasitos entró cauteloso al habitáculo y cerró la puerta casi sin hacer ruido. Su respiración sonaba agitada y aún no se había dado cuenta de que yo estaba acuchillado a penas unos metros más allá en la oscuridad. Las flores iluminaban el espacio, pero no tanto, y la pequeña estaba más pendiente de lo que había fuera.

Dejé pasar los segundos viendo a ver qué haría cuando se diera cuenta que estaba allí. Seguro me mandaría a callar y me pediría que lo ocultara.

La ocultara. Lo único que veía era su capucha blanca que le cubría la cabeza y una chaqueta vaquera que le quedaba dos tallas más grande. Pero aquello no ocultaba el hecho de que era una niña. Demasiado grande para jugar al pilla pilla, la verdad, pero ese juego no tenía edades.

Me levanté sin la menor intención de ocultarme y fui a por el cuchillo para cortar la hoja de aloe. Momento en el que la niña se giró hacia mí asustada, pegándose a la pared de cemento tratando de crear el mayor espacio posible entre los dos.

Et Sanguis Magicae ||ChangLix|| [1] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora