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Había cedido una de las habitaciones más grandes que el aquelarre tenía para las visitas y se las había dado a Changbin y Kayle. Era una habitación modesta, seguro, si la comparaba en lo que estaría acostumbrado a alojarse, pero lastimosamente, el aquelarre no era un hotel cinco estrellas.

Con las paredes blancas y las cortinas en tonos tierra, así como los muebles en madera pulida, la habitación tenía la intención de proporcionar un lugar de descanso físico y mental. Los brujos jugábamos con los colores y creíamos en la fuerza de estos, es por eso que nuestros lugares de reposo tan esenciales no iban a estar exentos de esos detalles. Cuando lo conduje a la habitación, que tenía una cama grande y un sofá al lado de un radiador, traté de tapar los símbolos que todos teníamos pintados en las puertas. Eran símbolos inofensivos de protección, sin embargo, en cuanto Changbin los vió su cuerpo dejó de estar en aquel estado relajado que había adoptado desde que habíamos hablado en la puerta de mi casa. Era obvio que él sabía que su rencor hacia la magia no era justa ni merecida, pero que se diera cuenta de ello no significaba sus actos reflejos ni su prudencia o temor fueran a cambiar de la noche a la mañana. Ya sentía que era una prueba más que fehaciente de su confianza en mí el permitir que su hija pasara el día en otro lugar que no fuera su casa.

Al verme tapar el círculo con una manta solo asintió agradecido aunque algo rígido todavía.

Había que ver... ¿quién me iba a decir a mí que me iba a hacer amigo de un vampiro después de tanto tiempo? Supongo que la misma pregunta se la haría él.

Tras revisar la habitación fuimos a buscar a Kayle que seguía junto a Zac. Eran las cinco y media de la mañana. Pronto amanecería y para ese momento sería mejor que los dos estuvieran a resguardo. Le costó una extensa negociación a Changbin convencer a su hija de que debían irse a descansar, pero al final lo consiguió y Kayle me dio un abrazo cargado de sentimiento antes de irse con su padre.

Una vez solos, me acerqué a la cama de Zac, me senté en el borde y suspiré la tensión de la noche. Me dolía la cabeza y cuando cerraba los ojos, me ardían. Tenía que descansar... pero mi pequeño había vuelto a casa. Fijé la vista en su rostro con los codos apoyados en las rodillas. Seguía algo pálido y delgado, pero no tenía el ceño fruncido ni estaba sudando. Estaba descansando, recuperándose del gasto de energía, estaba bien. Alargué una mano y le aparté algunos cabellos que descansaban a su gusto sobre sus ojos de cualquier manera. Me incliné y besé su frente antes de irme. Pero me costó demasiado separarme de él. Si hubiese un sofá allí no me lo hubiera pensado y me hubiese quedado. Observaba las facciones tan jóvenes, convirtiéndose en lo que sería un adulto muy apuesto, sería un gran hombre y mejor brujo, de eso no tenía duda. No quería ponerme a pensar en ese momento qué es lo que significaría esta extraña conección vampírica, no era el momento porque lo único que importaba ahora es que ya no estaba sufriendo lo que fuera que le hubiera hecho Woojin, ya estaba en casa.

Apoyé la frente en la suya y cerré los ojos mientras recordaba todas las veces que lo había sostenido en mis brazos desde que era pequeño y cuando fue demasiado grande como para que ya no pudiera cargarlo, todos los momentos familiares, todos aquellos detalles pequeños e insignificantes que para mí eran un tesoro.

—Ya estás conmigo. —Se me rompió la voz al susurrar aquello en voz alta.

Iba a llorar de nuevo, no me cabía duda de que lo haría en cuanto estuviera de nuevo a solas.

—...Papá...

Me sobresalté al oír aquello de su voz rasposa. Enseguida abrí los ojos para mirarlo. Tenía los ojos semi abiertos y algo turbios del cansancio y los calmantes que le habíamos dado.

—Está bien Zac, estás en casa. —Una lágrima corrió por la comisura de sus ojos grises hasta absorberlos el tejido blanco de la funda de almohada. —No pasa nada, cielo. Descansa, ¿vale? Ya hablaremos luego.

Et Sanguis Magicae ||ChangLix|| [1] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora