*03*

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Tres noches después de aquello estaba delante de las puertas de la catedral vampírica profanada. Desde mi posición podía ver a los fieles entrando con la cabeza gacha. Vampiros, familias que acudían religiosamente a las misas, al pregón del día.

Realmente no entendía esa necesidad de acudir todos en masa a escuchar una charla que decía un hombre, luego les pedían dinero, que los fieles daban felizmente, finalmente el pastor les daba la paz y decía "id con dios" y los fieles decían "Amén" y tan contentos que se iban...

No lo entendía y no lo entendería nunca.

A nosotros se nos educaba para saber escuchar a la naturaleza y a los elementos. Por supuesto que nuestros niños iban a clases de magia, uso de hierbas y plantas, así como el uso de lenguaje mágico y runas... Un brujo debía aprender todo eso y más, o simplemente se le sellaba el poder.

Con respecto a nuestras creencias místicas... Éramos naturaleza pura, ofrecer algo a cambio para transformarlo en otra cosa, así se regían las leyes de la magia. Era la única regla.

Normalmente ofrecíamos nuestra propia energía. Aunque siempre podíamos usar otra cosa.

Pensando en los porqués de las creencias vampírica de un señor que murió en una cruz, me encontré admirando la maravillosa estructura gótica mientras esperaba a reunir el valor para entrar.

Ay Félix... ¿Por qué te metes en estos fregados?

Tragué saliva y suspiré. Es un trabajo más, uno importante, pero uno más. Y lo haría bien, como siempre.

Con una seguridad solo dada por el orgullo que me había ganado gracias a la experiencia, me adentré en la catedral. Afuera hacía frío, sin embargo, dentro la temperatura estaba caldeada, era agradable y daba la sensación de alivio y paz. Los cánticos y oraciones de los fieles, así como el olor a incienso ayudaban a calmar mente y cuerpo.

Estaba de más decir la extraordinaria belleza del interior del edificio. Cristaleras de colores representaban escenas bíblicas, imágenes de un valor incalculable, tanto monetario como sentimental y cultural. Las paredes, los techos, los cuadros, las estatuas... Todo era digno de admirar.

No creía en el cristianismo, pero sabía la cultura básica.

Me encontré admirando un cuadro donde se veía a María, la virgen y madre del mesías. Abrazaba a su hijo con un semblante desgarrado en dolor por su indebida muerte. Imaginé la injusticia tan grande que se había cometido con el hijo de su Dios. Y seguía sin explicarme por qué su padre había dejado morir a su hijo de aquella manera. Por qué la maldad de los seres humanos lo había llevado a aquella situación cuando, Jesús, les había dado todo lo que era y más. Les había enseñado el camino hacia la gloria eterna, y todo eso dio igual, porque murió como cualquier rufián, asesino o ladrón.

-No sabía que a los brujos os gustaran las obras cristianas. -Me sobresalté ante el comentario en voz baja, a mi lado.

Al girarme vi una poderosa figura masculina. Un hombre de pelo tan negro como la tinta y porte distintivo, con las manos en la espalda y pies bien plantados en el suelo. Esa noche, el rey traía un vestuario menos formal que la última vez, unos vaqueros oscuros y camisa negra de manga larga.

No me miró, solo admiraba la pintura gigantesca que estaba observando hacía unos instantes.

-Sólo pienso en el dolor de esa madre. -Respondí en el mismo tono bajo.

-La virgen María sufrió como cualquier madre al perder un hijo. El hijo de Dios murió como cualquier hombre. Dios nos entregó lo más valioso que tenía para demostrarnos todo lo que nos amaba.

Et Sanguis Magicae ||ChangLix|| [1] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora