Cinco surcos

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Dieciocho

De nuevo las espinas se dispararon de su piel, ensangrentándola de brazos y pecho.

—¡Madre de la noche y estrellas arriba! ¡Debemos decirle esto al aquelarre! No puedes estar sola con esa... persona ahí.

—No, Iris, traer más brujas solo va a llamar la atención.

—Pero...

—No quiero a nadie en mi bosque hasta que sepa de quién se trata.

—Cala, querida, desconocidas son las Brujas de la Niebla. Es raro saber de una por su nombre o apodo. Solo sabemos de ellas por los estragos que dejan atrás.

Hablé sin pensar:

—Yo conocí a una.

Iris frunció el entrecejo, sus espinas crujieron un poco con el gesto. Luego se inclinó hacia adelante.

—Ellaya está muerta, Cala. No puede ser ella. 

«No, no puede ser ella, no puede»

Suspiré.

—Si encuentras algo, lo que sea, te agradecería que me lo dijeras.

—Haré lo que sé mejor hacer, no te preocupes.

—Gracias, Iris, te debo mucho.

—Oh, calla, calla, que somos amigas y no me debes nada —se rio— y no es que me queje, pero ¿Cuándo será el día en el que nos veamos sin que haya un problema mágico de por medio?

—Tal vez después.

—Eso dices siempre —Hizo por decir algo más, pero prefirió despedirse—. Cuídate, Cala.

—Tú también, Iris.

Suimagen se desvaneció y las varitas se apagaron. Recogí el cristal roto con unsolo movimiento de mis dedos. Di por perdida el agua que estaba en él, pero nopodía importarme menos. El frasco con la esencia de Dulce permanecía intacto,aunque había sido empujado hasta mi puerta. Cuando fui a recogerla, me percaté del brillo rojizo que emanaba, lo tomé con la mayor delicadeza posible y cuando estuve a la altura de la segunda bisagra, el frasco vibró en advertencia de querer estallar. Lo alejé y me fijé en el marco: había cinco surcos marcados y a juzgar por la profundidad y la posición, supe que eran las garras de Dulce.

—No solo en el bosque... aquí también lo hizo.

Salí de la habitación, Dalia y Jenel, como ya las había encontrado antes, conversaban en la sala.

—Maestra... ya he...

—Solo un segundo, Dalia.

Me precipité a la puerta de entrada, a la misma altura, había otros cinco surcos de garras.

—Aquí hay mas...

En la puerta trasera había otra, a lo igual que en las otras dos habitaciones y una en la ventana de la sala.

—Su bestia lo sabía... por eso se ponía agresiva tan seguido —Me rasqué la cabeza—. Si Dulce hubiera tenido más control... lo habría sabido mejor.

—Maestra ¿Se encuentra bien?

Me giré para verla, la pobre muchacha tuvo que desviar la vista por el ardor de mis ojos.

—Necesito ir al bosque, por favor, quédense aquí.

—¿Ocurre algo? —preguntó Jenel.

—Muchas cosas, por eso necesito que se queden aquí.

Dulce BrujaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora