Doce voces.

467 66 12
                                    

Veinticinco

Desde la llegada de Dulce muchas cosas cambiaron, me volví más cuidadosa con mis pociones, adquirí la costumbre de organizar, me hice una dependiente de la limpieza para que ella no tocase mis cosas y evitar represalias en mi contra. Admito haber sido alguien cuyas emociones se le notaban con facilidad, decidí entonces forzar miradas frías para que no notara cuando suspiraba por ella o cuando sus palabras me afectaban tanto que quería abrazarla.

Entonces, despertar temprano podía volverse una nueva costumbre ¿Por qué no iniciar ya?

Dulce, roncando suavemente entre sueños, apenas se inmutó cuando me moví para salir de la cama. Guardé un par de cosas en una alforja, me cambié, me coloqué mi sombrero y salí en silencio.

El sol dejaba ver su brillo entre algunas nubes densas, reacias a apartarse por la hora temprana. El invierno empezaba a despedirse, se notaba en lo poco gélidas que estaban mis manos. Oí un chillido detrás de mí y sin asustarme levanté el brazo para que Lulú cayena en mi hombro.

—¿Cómo te sientes?

Sus preciosos ojos rosas y profundos miraron la puerta, a veces olvidaba que era un búho, que era apenas del tamaño de mi mano y que si sabía cómo se sentía, era porque esos sentimientos eran los míos. Su calma y miedo los conocía perfectamente: esa era mi calma y miedo.

—Dolió saber que me iba a separar de ti —le dije—. Has sido mi única amiga la gran parte de mi vida.

La primera no fui, y tampoco seré la última.

—Lo sé, Lulú. Sabes lo agradecida que estoy por lo que has hecho por mí.

No soy más que una servidora, Ama, me complace saber que pronto terminará esto.

—Si tú dices estar bien...

Sus enormes ojos fueron de mi cara a la puerta frente a nosotras.

Ella se va a enojar.

—Estoy dispuesta a aceptar el riesgo.

Me corté el brazo y mojé un pincel con mi sangre.

¿Esto va a funcionar?

—Sabes que sí.

¿Por qué no quiere que vaya?

—Ya no quiero que sufra.

Dulce tampoco quiere que lo haga.

—¿Tengo otra opción?

Puede solo llevarla.

—¿De qué lado estás, Lulú?

No quiero que ponga excusas, es todo.

Detuve mi trabajo a medio hacer por su tono molesto.

—Tengo... miedo...

¿De quién?

—Sabes de quién.

Sé muchas cosas.

Suspiré y volví a mi trabajo.

— Tengo miedo de que se dé cuenta de mi amor por Dulce y por ello le haga daño. Si Agatha tiene un remoto recuerdo de lo que sucedió aquella vez, cuando se despidió de mí y se fue...

El sentimiento era mutuo en ese entonces ¿Verdad?

—No pude dejarlo florecer, pero sí, lo era.

Dulce BrujaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora