Diez aprendizas.

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Veintitrés

Como se había acordado, y con un par de burlas y risas de por medio, salimos después del medio día para recorrer el último tramo de viaje. Íbamos inusualmente callados, a sabiendas de que el porvenir sería... ajetreado. Estaba segura de que Dalia y Astera serían interrogadas con preguntas poco agradables, alguien querría experimentar con Dulce de nuevo y Charlie llamaría tan poco la atención que sus argumentos a nuestro favor apenas y serían tomados en cuenta... a mí, por otro lado...

—¿En qué piensas? —me preguntó Dulce, sentada a lado de mí, ambas sobre Lulú.

—Estoy eligiendo mis palabras, eso es todo.

Miró al horizonte, la mancha de árboles se asomaba lentamente mientras nos acercábamos.

—No te sucederá nada ¿verdad? —volvió a preguntar—. Tratar con Brujas de la Niebla va en contra de los principios del aquelarre.

Me quedé callada.

—¿Cala?

—No sé qué va a pasar exactamente, Dulce —volteé a verla. Se veía preocupada—. Pero soy parte del aquelarre desde hace décadas, no he hecho nada para que dejen de confiar en mí.

Traté de convencerme de mis propias palabras el resto del viaje hasta que llegamos. Un pequeño grupo de brujas jóvenes y aprendizas con experiencia se nos acercaron para ayudar a desempacar.

—Permítanos llevarla a su estadía, Mi Señora.

Con nuestras maletas bajo un hechizo de levitación, nos llevaron hacia un campamento que se establecía para las brujas que no vivían en el Bosque Frío. Ya había anticipado por medio de una carta, entre otras cosas, que llegaría con compañía. No es que fuese la única; había brujas que llegaban con sus cónyuges e hijos, con la tácita regla de que quienes no pertenecían al aquelarre, no podrían entrar al dosel con Galilea.

En nuestro campamento, esperamos en silencio. Dalia y Charlie se ofrecieron para preparar algo de comida mientras que Dulce se paseaba nerviosa por la pequeña sala. Astera y yo nos sentamos en esquinas separadas. Todos, a su manera, se perdían entre pensamientos y preocupaciones.

Nos sobresaltamos cuando tocaron ansiosamente la puerta. Dulce, con una sonrisa, sabiendo quién era, abrió y recibió un embestido abrazo de Retama.

—¡Me alegra verte, pastelillo!

—Ni siquiera me has visto, tonta —se rio dulce en el hueco de sus brazos.

—Ya sabes de qué hablo.

Riendo, se separaron y la joven rubia se volvió para saludarme con una inclinación de la cabeza.

—Buenas noches, señora Azalee.

—Un placer verte, joven Retama.

Ella rápidamente se apartó de la puerta para dejar pasar a Iris, una de las pocas brujas lo suficientemente paciente como para permitir que su aprendiza hiciera su voluntad, aunque no negaría ser una de esas brujas.

—¿Cómo te encuentras, vieja amiga? —preguntó mientras me tomaba de las manos.

—No estoy segura de saber responderte. Estoy viva, es lo que importa.

—Concuerdo perfectamente. Dime ahora ¿Cuánto saben estos niños sobre ti?

Miré sobre su hombro para ver a los demás. Dulce presentaba a Retama con Astera, ambas se saludaron con cordiales sonrisas. Charlie y Dalia murmuraban algo detrás del grupo con miradas cómplices y Lulú y Deux se acurrucaban juntos en una pequeña almohada.

Dulce BrujaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora