Deux

385 60 12
                                    

Veintiocho

Fue sencillo encontrar el olor de Cala y las demás brujas poco tiempo después de llegar. Caminábamos en silencio, apenas levantando la voz si había que advertir algo. La sensación de estar siendo observada quemaba mi cuello, pero sabía que, de momento, no ocurriría nada.

—¿Qué clase de... monstruos tiene Agatha bajo su yugo? —preguntó Charlie.

—Ya sabes, un poco de todo —contestó Dalia—. Basiliscos, Catoblepas, Rusalkas —se estremeció—, esas cosas son sus favoritas.

—¿Algo más? —preguntó Retama, con la mano aferrada a su espada.

—Bulgus —contestó, seria.

Charlie rio.

—¿No son esas criaturas de cuentos que usan las madres para asustar a sus hijos revoltosos?

—Las que no pueden invocar uno real lo usan como cuentos.

Él y Retama se miraron, ahora asustados. Me detuve. De pronto había demasiado ruido, aunque por las miradas de los demás, estaba segura de que no podían oírlo.

—¿Pasa algo? —preguntó Charlie.

—Este lugar me está poniendo nerviosa.

—Somos dos... —dijo Dalia.

Me agaché, tomé una piedrecilla y la lancé frente a mí. La tierra se abrió y un par de manos la arrastraron a un hueco. Todos retrocedimos y como no queríamos sobresalir, nos abstuvimos de gritar, obligándonos a cubrirnos la boca.

—¿Qué eran esas cosas? —chilló Retama.

—Topos —dijo Dalia— y no de los bonitos con narices adorables.

El olor iba directo a esa dirección.

—Cruzaron por ahí —informé—. Seguro no notaron lo que había bajo sus pies y las atacaron.

—Entonces, he ahí la trampa —dijo Retama.

—Si Astera dice que puede cruzar sin problemas, debe ser porque conocen su esencia —medité.

Dalia a mi lado palideció notoriamente.

—Vamos a tener que cruzar por ahí ¿no es así?

—Negar para calmarte sería hipócrita de mi parte —contesté.

—Dijiste que inhibir los sentidos pondría en desventaja a las bestias ¿no? —dijo Charlie, concentrado en una pelota metálica que escondía en su cinturón.

—Lo dije, sí.

—¿Alguna idea, mapache? —habló Retama.

Con una sonrisa en los labios, dio un paso al frente, giró una perilla sobresaliente de su artefacto y lo lanzó. Sucedió lo mismo que con la piedrecilla y desapareció bajo la tierra. Poco después, como la tapa de una olla impulsada por el vapor, una gran placa de tierra se levantó de un solo lado y escupió un pestilente aroma.

—¿Gustan probar? —se regodeó Charlie.

Dalia hizo el mismo intento con una rama y nada sucedió.

—Bien hecho, Charlie —elogió Retama.

—Crucemos rápido —apuré mientras me cubría la nariz—, quién sabe cuánto tarden en recuperarse.

Eso hicimos. Temí no poder seguir el rastro dado que el olor confundía mi nariz, pero entonces encontramos vestigios de batalla que, si bien no pareció sangrienta, se notaba bastante dura. Círculos de césped chamuscado, trozos de tierra removida y un campo lleno de flores marchitas y parcialmente congeladas cubrieron nuestro camino en seco.

Dulce BrujaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora