Ocho pétalos

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Ocho

Caída la noche, mi cuerpo hervía en una fiebre que no podía controlar. Mis manos temblaban y era incapaz de moverlas a voluntad. La cabeza me daba vueltas y la poca luz que desprendían las velas me resultaba un martirio en los ojos. Quería a Cala, así que con la poca fuerza con las que mis piernas contaban, salí con paso perezoso de la habitación y entré a la de ella: estaba vacía. Me tumbé en su cama, olía a ella, tenía esa esencia que lograba tranquilizarme con el más mínimo toque, ese toque que quería sobre mí. Mordiendo la almohada para no gritar por el dolor, pensé en Cala con todas mis fuerzas.

«Cala, por favor... Cala, te necesito»

Oí la puerta abrirse y solté un suave maullido.

—¿Dulce?

Oí el eco de las botas de cuero cruzar la habitación hasta mi inmóvil y adolorido cuerpo. ­Ella me quitó las sábanas encima y me acarició la frente.

—Sol mío ¿Qué te pasa?

Las palabras que salían en su voz resonaron en mis oídos y supe que todo estaba bien.

—Me duele, Cala, me duele mucho.

—Ven aquí, cariño.

Se acostó a un lado de mí y me rodeó en sus brazos. Me hundí en el hueco entre su hombro y su cuello y logré escuchar el golpeteo de su corazón preocupado. Inhalé lo más que pude y la esencia de madera y especias se volvió una droga de la que me volvería adicta sin arrepentimientos.

—¿Qué te pasó? —dijo, pero no entendí sus palabras.

—Abrázame, por favor —rogué.

—Lo que quieras, Dulce, pero debes decirme qué te pasó.

¿Qué me está diciendo? No entiendo sus palabras ¿Quiere que me vaya?

—Déjame dormir aquí.

—No te estaba echando, cariño, quédate cuanto quieras —Me abrazó más fuerte—. Nunca te apartaría de mi lado, pequeño sol.

Sentí un par de labios en mi frente, un somnífero que me dejó inconsciente apenas se separó de mí.

Abrí los ojos. El sol de la mañana me dejó ciega por un momento y tuve que volverlos a cerrar. Algo se movió a un lado de mí y me forcé a abrirlos de nuevo. Una criatura mítica, esculpida en mármol blanco y destellando con un halo solar detrás me recibió con una sonrisa cálida. Mi mente se dio cuenta de que se trataba de Cala y me senté de golpe.

—¡Maestra!

—Buenos días —respondió.

Estaba vestida y sentada, con un libro en la mano. El recuerdo de lo que había sucedido el novilunio pasado me golpeó y lancé a Cala boca abajo. Tiré su albornoz y luego de confirmar de que no tenía herida alguna, solté un largo suspiro. Me quité el cabello de la boca, que con el movimiento se me había alborotado.

—Bueno, si es así como vas a saludar, no me voy a quejar —rio ella.

—¡Hortensias! discúlpeme, Maestra.

Me bajé de la cama de un salto y retrocedí. Fue en ese momento que me di cuenta de que no estaba en mi habitación. Ni siquiera tenía recuerdo alguno de cómo salí. Aun sonriendo, Cala se puso de pie a lado de la cama y pude ver toda la profusión de su cuerpo semi cubierto en tela traslúcida negra.

—Te perdono la palabra, pero en realidad no hiciste nada malo.

—¿Cómo llegué aquí?

—Siéntate, por favor.

Dulce BrujaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora