Treinta
Apartados de lo que estaban haciendo las once brujas mayores, dediqué un tiempo para consolar a Dalia, cuyas lágrimas confusas caían por su rostro mientras sollozaba la muerte de su madre. Ella afirmaba estar más bien aliviada porque ya no había amenaza...
—Pero el sentimiento de tristeza sigue ahí ¿No es así? —dijo Charlie.
Dalia asintió y tomó un segundo aire de sollozos.
Mientras se calmaba, escuché a lo lejos múltiples pisadas, un par de ellas conocidas. Me di cuenta de que, mientras amanecía, un grupo de brujas llegaba presidida por Silvestra.
Me acerqué al grupo, secundada por Retama y les expliqué lo que había sucedido. Al enterarse de que un beso de Cala mató a una Bruja de la Niebla, guardaron silencio por mero respeto y luego de un conjunto de sigilos, cantos bajos y una tumba improvisada de troncos llenos de musgo, regresamos junto a Galilea a quién prácticamente vi rejuvenecer dos siglos luego de que nos viera, aunque mallugadas, vivas y a salvo. No se fue con preámbulos y nos mandó a todos a descansar advirtiendo que, al anochecer del día siguiente, Cala tendría que cumplir con su sentencia.
Astera nos recibió entre sollozos y abrazos, revisando las heridas de cada uno y teniendo especial cuidado en alejarse de Cala, quien, con un aura bastante sombría, tuvo que darle la noticia acerca de Agatha. Ella dejó caer varias lágrimas mientras se frotaba el vientre, sus hombros, casi siempre tensos, se relajaron por primera vez desde que la conocí.
—¿Está mal sentirse tan bien? —preguntó con alivio
Esa misma tarde, entre Charlie y yo preparamos un almuerzo sustancioso e incluso Cala, usualmente moderada en las comidas, repitió tres veces una porción.
Satisfechos, limpios y remendados, nos fuimos a dormir, aunque fuese media tarde. Cala y yo nos acurrucamos en la cama, una frente a la otra. Estuvimos mirándonos un largo rato, acariciándonos el cuerpo adolorido. Besándonos un momento después, nos olvidamos de todo lo que había pasado y de lo que sucedería la noche siguiente. Nos separé con un chasquido de nuestros labios, necesitada de tocar el tema.
—¿Qué te pasará? —pregunté.
Ella frotó su nariz sobre la mía, intentando tranquilizarme.
—No estoy diciendo que saldré ilesa. Dolerá, claro. Vaciarme de magia incluso descompensará mi cuerpo.
—¿Envejecerás de golpe?
Esta vez se acercó a morderme el labio inferior, no pude evitar reírme, pero volví a poner cara seria. Estaba preocupada por ella.
—No, Dulce querida ¿No te lo he explicado antes? La magia ralentiza el envejecimiento. Sin magia, mi cuerpo volverá a su ciclo normal —resopló una risa cansada—, creo que debo acostumbrarme a decir mi edad sin mencionar los centenarios.
—¿Treinta? Es una buena edad.
—Considerando que eso me haría unos diez años mayor que tú, sí, es una buena edad.
—¿Qué haremos cuando vuelvas a ser humana de nuevo?
Lo pensó, parpadeando varias veces al techo.
—Me gustaría hacer el mismo oficio que mis padres.
—¿Boticaria?
—Sí. No me alejaría mucho de la magia y tengo años de conocimiento herbáceo para ayudar a las personas.
—Boticarias seremos.
—¿Seremos? ¿No tienes otros planes?
Fue mi turno de pensarlo.

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Dulce Bruja
FantasyMaldita desde nacimiento y dos veces huérfana, Dulce Odollam vive su día a día bajo la tutela de la bruja Cala Azalee Fingerhut. Ambas trabajan por y para los pueblos vecinos, protegiéndolos de los males del Bosque Rosa ¿Qué pasará cuando una carta...