Nueve noches.

547 69 12
                                    

Veintidós.

No fui consciente de la hora a la que nos fuimos a dormir. Cuando me di cuenta, Dulce me despertaba con un beso en la mejilla.

—Buenos días.

Mis ojos no querían abrirse y mi boca no respondía bien.

—Cala.

—¿Mmh?

—Despierta.

—No.

—Cala, tenemos que irnos.

—En un rato —enterré la cara en mi almohada.

Hubo silencio hasta que sentí dos hileras de dientes cerrarse en mi muslo. Solté un grito y rodé en la cama. Hubiera caído de no ser por el abrazo de Dulce.

—¿¡Por qué hiciste eso!?

—Por qué no despertabas —se rio.

Me ayudó a sentarme.

—Conocí la historia de una joven dormida que fue despertada con un beso.

—Esa joven no tenía la cabeza enterrada en la almohada y dudo que haya tenido un pretendiente con tan buenos dientes.

Sin evitarlo, solté una carcajada.

—¿Qué voy a hacer contigo?

—Bésame.

Con mucho gusto, me incliné y le di un beso, largo y perezoso. Sin darme cuenta y aprovechando mi posición, subió a mis piernas y comenzó a acariciarme la espalda con las uñas.

—¿Vamos a hacerlo ahora? —pregunté.

Ella se distrajo un rato besándome el cuello y los hombros, para después regresar a mis labios.

—Tenemos que irnos en un rato —susurró.

—Puedo llevarnos en un portal si aguantas hasta la tarde.

—Claro y luego tendremos que cargar con tu cuerpo inerte por el esfuerzo. No gracias. Mejor levántate y apresuremos las cosas.

Una de mis manos subió por la tela de su falda, levantándosela hasta el muslo. La apreté poco a poco hasta que empezó a quejarse.

—¡Cala!

—Me mordiste —la regañé.

—¿Tendremos esta conversación de nuevo? —se rio.

—No lo sé ¿Me morderás de nuevo?

Se lamió los dientes y se agachó lentamente. Primero besó mi pecho y un poco más abajo. Las marcas que dejó en mi estómago no eran de dientes, sino de succiones. Se acomodó en medio de mis piernas, gruñendo en voz baja una promesa que hormigueó en todo mi cuerpo antes de que me quitara la ropa de un tirón.

Mi espalda hizo un arco ante la sensación de sus labios, hambrientos sobre mi piel sensible y cálida. Mis manos no encontraron mejor lugar para sostenerse que su cabello, apretando lo más delicadamente posible, pero fallando debido a la pérdida de voluntad en mis extremidades.

Dulce me tranquilizaba con masajes en los muslos, dejando suaves líneas rojas debajo de cada garra que rozaba mi piel.

—Te amo tanto, Cala —susurró.

Mi boca se abrió para responder, pero no pude soltar más que un suspiro entrecortado. Con vergüenza, me llevé una mano a los labios, Dulce se incorporó mientras se lamía los labios y me miró a los ojos.

Dulce BrujaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora