Once décadas

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Veinticuatro. 

Un año después de conseguir mi sigilo, abandoné el aquelarre para ir al Bosque Rosa. Mi misión apenas iniciaba. Pasaron meses o tal vez un año antes de que se me presentara un desafortunado encuentro.

Dos mujeres, Cerbera Circuta Odollam una de ellas, se presentaron como habitantes del Bosque Rosa. Cerbera era una bruja ya entrada en años, pero se había tomado el tiempo de criar a una hija de sangre a la que llamó Agatha. Ella, por ser descendiente la magia, la poseía, pero nunca fue nutrida de joven y sus habilidades eran apenas notables y muy precarias, siendo más vasto su conocimiento con las bestias y criaturas ferales.

Con el tiempo me di cuenta de que Cerbera podía ayudarme a curar el Bosque. Le pedí ilustrarme en lo que sabía y aceptó, al inicio sin pedir nada a cambio. La llamé "Maestra" muchos años, sin saber que al morder esa curiosidad mi boca se llenaría de veneno, mi única advertencia fue el rechazo que me tenía Agatha. En un inicio se dedicó a que la pasara mal en la cabaña, una invitación silenciosa de que me fuera, aunque lo atribuí a un ataque mundano de celos.

Con el tiempo, muy delicadamente, sin que me diera cuenta, Cerbera empezó a quebrar mi voluntad, primero con engaños y palabras agridulces hasta que llegó a lo físico. Agatha corría con la misma suerte: éramos sus esclavas. Cuando me tuvo a su merced, me contó sobre su maldición. Una terrible variación de la antropofagia. Admitió que la edad la estaba afectando y empezaba a perder habilidades para escurrirse entre cunas, y su tiempo para concebir hijos, que en su adultez la servían, estaba terminando, por lo que vio en mí una oportunidad para asegurar su alimentación de manera perpetua.

Una vez enterada, Agatha insistió repetidas veces en irnos. Ella sería capaz de dejar morir a su madre si eso aseguraba la seguridad de todos, sobre todo la mía, pero yo había pasado tantos años matando por Cerbera bajo sus amenazas, que solo pensarlo traía consigo sueños atroces e incluso dolores físicos, recuerdos de mis castigos pasados.

Morir nunca fue una opción. Las veces que lo intenté, ella me detuvo y castigó por lo mismo. No había una decisión que pudiese tomar sin que ella lo consintiera o negara primero. Incluso cuando Agatha encontró la oportunidad de irse, lo atribuyó a mi influencia y...

Dejé de hablar, las visiones doblaron mis piernas, caí de rodillas al suelo y mis manos se plantaron en el piso.

Oí apresurados pasos opacos detrás de mí y luego una cálida mano me acarició la espalda.

—Señora Galilea, creo que es suficiente —Oí la voz de Dulce—. He presenciado de primera mano el dolor que le causa a la Señora Azalee traer esos recuerdos.

Tragué saliva y luego cubrí mi mano con la suya en agradecimiento. Me incorporé con su apoyo. Le mostré una sonrisa valiente y dejé que tomará mi mano mientras continuaba, harta de seguir callada.

—Una noche Cerbera llegó con una pequeña niña con rabia acumulada en la boca, pero temor en los ojos. Por primera vez vi a Cerbera tener compasión por alguien. Me ordenó curarla, incluso ella misma buscó todos los métodos que conocía para despojar a la pequeña de su maldición. Nuestros esfuerzos la obligaron a que yo trajera el caso aquí, al aquelarre, y fue cuando todas ustedes conocieron a Dulce —Me di la vuelta para ver a mis hermanas, si es que aún tenía permitido llamarlas así—. Ustedes piensan que para mí Dulce es como una hija porque tal vez fui yo quien la crio, pero ese no es el caso, fue Cerbera quién lo hizo, por poco más de diez años, esa mujer se mostró compasiva con otro ser vivo y sé la razón: era su nieta.

El silencio, una vez estancado en la sorpresa, se rompió por preguntas, gritos y expresiones acusatorias. A lado de mí podía escuchar a Dulce sollozar. Rodeé un brazo sobre sus hombros.

Dulce BrujaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora