Cinco Soles.

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Treinta y uno.
Final.

Abrí los ojos, adormilada. Me había quedado dormida sin quererlo. Cuando mi visión se aclaró, vi a Cala, dormida, con una mano debajo de su cabeza y la otra perdida entre las sábanas. Me moví para besarla, pero un pequeño cuerpo me lo impidió. Retiré la manta y vi al pequeño dormido profundamente, con una mano aferrada a mi ropa. Le hice cosquillas en la nariz y con un estremecimiento me soltó y se rascó. Libre de agarres, me levanté para vestirme, silenciosa para no despertar a ninguno. Estuve a punto de salir cuando oí al cachorro quejarse entres sueños, ya que no tenía calor para arroparse.

Volví, lo cargué y lo coloqué cerca de Cala quien, al sentirlo a su lado, colocó una mano en su estómago. Los cubrí con la manta y salí de la habitación.

Por costumbre empecé con las tareas de siempre. Alimenté a Zucker, regué algunas flores dentro de la cabaña y fuera de ella y antes de poder barrer las hojas, dos sonidos llamaron mi atención: en la cocina, la tetera chillaba, lista con el agua hirviendo y más allá, en la habitación, las botas de Cala dando ligeros golpes mientras salía a la sala. Rápidamente entré por la puerta de la cocina, serví el agua de la tetera en una taza, tomé una bolsita de té y la sumergí; no pude ni darme la vuelta cuando sus brazos me rodearon la cintura.

—Buenos días —saludó, ronca.

—Hola —me di la vuelta y la besé en los labios— ¿Dormiste bien?

—Tanto como pude ya que alguien más ocupó la cama.

Me reí.

—Se veían tan adorables durmiendo juntos.

Se puso colorada y apartó la mirada, sonriendo.

—Agradecería que no me observaras mientras duermo.

—¿Y no haces tú lo mismo?

Sabiendo que no podía ganarme, se inclinó para un beso. Sus manos bajaron más y di un respingo.

—¡Cala!

—shhh, no hagas ruido.

—No, Cala, estamos en la cocina.

Se quejó un poco y me soltó.

—¿Qué te apetece desayunar?

Me di la vuelta, esperando su respuesta, pero, nuevamente, no me pude mover, ya que dos bracitos me embistieron en las piernas, teniéndome después que sostener en el hombro de Cala para no tropezar.

—¡Buenos días!

Sonreí y levanté al pequeño Allen en mis brazos. Lo llené con besos en la mejilla y él se estremeció entre risas.

—Buenos días, cervatillo.

Cala, con una sonrisa que a veces no le cabía en el rostro, se inclinó a hacer lo mismo. Verla mostrarle cariño, sin uso de guantes, era la imagen que me alegraba los días. Cala no habría tocado al pequeño sino hasta que aprendió a caminar, en un accidente que implicó un jarrón a punto de caerle encima. Luego de eso ella habría salido con él en brazos donde yo recolectaba algunos grillos para Zucker y gritó "ya camina".

—Ma —la voz aguda de mi pequeño me sacó del recuerdo— Mami me prometió que iríamos a ver el nido de lechuzas ¿Vas a venir? ¿Verdad que sí?

—Me temo que no, Allen, tus tíos vendrán de visita y quiero prepararles algo especial.

—¡Tache y Dali! ¡Tache y Dali! —canturreó, feliz.

—Primero lo primero, el desayuno —dijo Cala, cargando a Allen para desocupar mis manos—, vamos a lavarte esa carita blanca tuya y cepillarte el cabello ¿De acuerdo?

Dulce BrujaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora