Seis brujas en Palacio.

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Seis.

Si no lloré en la cena, fue solo porque estaba más concentrada en mantener las formalidades y tratar de comer sin tirar nada; no me consideraba torpe, es solo que a veces las cosas no estaban muy bien adaptadas a las manos con garras y estuve muy al pendiente de no abrir tanto la boca para que nadie notara mis afilados dientes. Muchos se asustaban cuando los veían y no quería que los Condes, que fueron los únicos que nos acompañaron en la mesa, sintieran repudio al verme.

Para cuando fue hora de dormir, además de satisfecha, estaba cansada, así que no me tomó mucho ceder ante el sueño, despertando al alba, como siempre. Me estiré en toda mi longitud, bostezando y frotándome la cara. Cuando terminaba de colocarme las botas, tocaron mi puerta; olfateé el aire y una esencia a canela acarició mi nariz. Fui a abrir y me encontré con una muchachita con delantal y gafas que me miró con una expresión asustada.

—Buenos, días, Mi Señora —dijo ella.

Sentí que movían el piso debajo de mí: nadie me ha llamado así en mi vida.

—Eh...Hola ¿Quién eres?

—Mi nombre es Ari, Mi Señora —Se inclinó, levantándose un poco el vestidito—. Seré su sirvienta en su estadía en Palacio.

—¿Qué?... ¿O sea?... ¿Qué?

—¿Puedo pasar?

—Sí... sí, claro.

Me aparté torpemente y dejé que Ari entrara. Ella no esperó y se puso manos a la obra en mi cama. Me quedé viéndola, aún confundida, hasta que ella habló.

—Si desea desayunar ahora, puedo traerle algo.

—No, no —Hubo un silencio incómodo— ¿Sabes si mi maestra, la bruja Fingerhut, ya despertó?

—Sigue dormida, Mi Señora.

«¿Por qué no me sorprende?»

—Si no es mucha molestia, me gustaría perderme un rato en los alrededores, solo para conocer ¿Puedo hacerlo?

Ari abrió los ojos, sorprendida.

—¿Cómo que si puede hacerlo? Claro que puede, no tiene por qué pedírmelo.

—Si te soy sincera, poco conozco de los protocolos aquí —confesé—. Además, de donde vengo no hago cosas diferentes a las que tú haces así que ¿Te parece bien si nos hablamos normal? —le extendí la mano, pero ella no se movió de donde estaba, y supuse que no lo haría pese a mis insistencias. Lo dejé pasar—. Bueno, voy a salir. Nos vemos más tarde.

No esperé respuesta suya y salí de la habitación. Me mantuve de pie un momento, decidiendo si ir hacia la derecha o a la izquierda, hasta que alguien más decidió por mí.

—¿Son mis ojos los que me engañan, o de verdad eres tú, pastelillo?

Sonreí, incluso antes de toparme cara a cara con Retama, la aprendiza de la Bruja Iris, una joven unos cinco años mayor que yo, robusta y alta. Venía de Los Valles, al Sur del reino, de ahí su complexión. Era muy guapa en muchos aspectos y llamaba la atención por su piel blanquecina y cabellos rubios. Su mirada era brillante y pintada en dos soles amarillos y una sonrisa que contagiaba hasta el más huraño de los trols. Ella era mi mejor amiga (después de Charlie), y una de las pocas aprendizas que me conoce desde pequeña.

—¡Reta! amiga mía.

Compartimos un abrazo muy apretado. Ella olía a merengue y trigo. Le encantaba hacer postres y a mí comerlos. También tenía la particular costumbre de arrastrar un poco las palabras al hablar y exagerar las erres, era divertida.

Dulce BrujaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora