Seis aros

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Diecinueve

Cuando entramos a la cabaña vi a Dulce sentada en el sillón principal de la sala. Jenel, que parecía más confundida que asustada, le ayudaba a colocarse una venda en la pierna derecha; mi pobre niña apretaba la boca en muecas adoloridas mientras las lágrimas se le escurrían por los ojos.

—Permíteme, Jenel.

La muchacha se hizo a un lado, con una palangana llena de agua de sangre en las manos. Me arrodillé frente a Dulce, junté las tiras de piel que se le caían de la pantorrilla y presioné. Ella soltó un grito y empezó a retorcerse.

—Ah... Cala... no, por favor.

—Lo lamento, Dulce, pero eso no va a sanar con ungüentos. Dalia, ayúdame.

No esperó otra orden y la sostuvo de los brazos, Charlie ayudó con la otra pierna y una vez quieta, procedí a calentar las manos para cauterizarla. Sus gritos se oyeron por toda la cabaña, Jenel incluso se cubrió los oídos. Charlie y Dalia hicieron lo posible por tragarse las lágrimas mientras que yo enfocaba la poca energía que me quedaba en rearmar su pierna. Cuando terminé, me senté en el sillón junto a Dulce, ambas jadeando, cansadas.

—¿Cómo te sientes?

Ella no contestó un largo momento, queriendo recomponerse de los berridos.

—No lo sé —dijo ronca. La vi separar sus largas pestañas y luego mirarse las manos—. Hay tanto pasando... ¿Quién era esa mujer? ¿Por qué insinuó que ella era hija de Cerbera? ¿Por qué insinuó que yo era su hija?

Antes de contestarle, Dalia salió de la cocina y se arrodilló frente a Dulce para limpiarle la sangre en la pierna. Ella habló con un semblante sombrío.

—Su nombre es Agatha Circuta Oleander.

Se me erizó la piel. Ese nombre era peligroso.

—¿Circuta? —Dulce me volteó a ver, esperando encontrar la misma duda en mi cara, pero no lo hizo—. Ese es el primer apellido de mi madre: Cerbera Circuta Odollam.

—Lo sé —le respondí.

—Pero... yo era su adoptada, Cerbera no tenía una hija.

 —No que conocieras, Dulce —Recargué la espalda en el respaldo del mueble, toda mi columna lo agradeció—. Cebera tuvo una hija mucho antes de que tu llegaras a la cabaña... incluso antes de que yo llegara al Bosque.

—Pero ella nunca me habló de Agatha.

—Cerbera no te dijo muchas cosas, Dulce y tampoco yo, por consiguiente.

Me levanté del sillón, bastante adolorida, si iba a empezar a interrogarme, necesitaba curar a Lulú. Ella aguardaba en uno de sus pedestales, la cargué y acurruqué en mis manos. Su piel y la mía adquirieron un color rosado brillante y se despejó luego de un suspiro. Una vez sana, volví a sentarme a un lado de Dulce. Nadie me quitaba la vista de encima, incluso Jenel parecía tan confundida como los demás.

—Dalia ¿Qué relación tienes con Agatha? —pregunté—. Parece que la conoces bien por la naturalidad con la que dijiste su nombre completo.

Ella dudó. Sus manos apretaron la tela blanquecina que estaba usando para limpiar la pierna de Dulce.

—Agatha... —Torció la boca—. Ella... es mi madre de sangre.

Solté una carcajada sin humor.

—Con razón tu aura me resultaba extraña: era de ella. —Me pasé los dedos por el cabello.

—Cala —Volteé a ver a Dulce, se veía más preocupada que los demás—. Explícate, por favor.

Dulce BrujaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora