Ocho besos.

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Veintiuno 

Dulce dormía pacíficamente en mi cama, hecha un ovillo. No parecía estar teniendo pesadillas, por lo que aproveché para sentarme frente al escritorio y escribir mi petición. Cuando la carta estuvo lista, creé un sigilo y lo envié, haciendo que el cristal desapareciera.

 Luego de eso me quedé sentada en la silla, con las manos sobre los ojos; sin leer nada, sin investigar, sin preocuparme, o llorar, ni siquiera en recordar algo en específico; solo me quedé ahí y me dejé descansar. Cerré los ojos, teniendo un momento de paz luego de una tormenta y a la expectativa de una nueva.

 Tocaron la puerta unas horas después; sabía que era Jenel ya que era hora de comer, cuando abrí, como esperaba, estaba la muchachita de pecas frente a mí con una charola de comida en las manos.

—Gracias, Jenel.

—No hay de qué —Hizo de nuevo el gesto de querer hablar.

—¿Qué te pasa?

—¿Cómo está Dulce?

—Aún está durmiendo, creo que me excedí con el veneno, pero estará bien cuando pase el efecto.

—Me alegra que así sea.

Bajó la mirada.

—¿Te has sentido bien?

—De la mejor forma, señora.

—Pero algo molesta tu mente, como siempre.

Con los ojos en el suelo, abrió la boca para decir algo más, pero la cerró con un chasquido, negó sutilmente con la cabeza y sonrió.

—Ama a Dulce ¿Verdad?

Me aclaré la garganta.

—Creo que eso es más que obvio ¿por qué la mención?

—Por nada en realidad —se frotó el vientre—, me gustaría tener alguien que me ame de la misma forma con la que ustedes dos se aman. Eso es todo.

—Estas muy enigmática el día de hoy —noté.

Ella sonrió y volvió a negar con la cabeza.

—Estaré en la sala por si necesita algo de mí.

 Hizo una pequeña reverencia y dio la vuelta. La seguí con la mirada hasta que entró a la cocina, luego cerré la puerta. Probablemente el olor de la carne despertó a Dulce, pues cuando me di la vuelta, ella estaba sentada en la cama.

—Hola.

Ella miró a su alrededor e hizo una mueca, decepcionada.

—Lo volví a hacer ¿Verdad?

—¿Qué?

Me senté a lado de ella y puse la bandeja en mis piernas.

—Perdí el control.

—Un poco sí. Todos están bien, no heriste a nadie.

—Al fin algo bueno saliendo de todo este lío —Miró sus manos, como si fuera la primera vez que lo hacía, luego frunció el ceño—. Me habló.

—¿Perdón?

—Mi bestia... ella... me habló.

Me quedé mirándola, incrédula.

—¿Podrías explicarte?

—Siempre la oigo, es como un murmullo lejano que suelo silenciar, pero desde que me convertí en ella... la oigo más claro, es como si estuviera aquí. —Se dio unos golpecitos en el hombro.

Dulce BrujaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora