Once puntos.

701 92 4
                                    

Once

Abrí los ojos y entré en pánico al instante: no estaba en la cabaña.

Me rodeaban las últimas hojas secas de otoño y algunos brotes de nieve que se habían hecho en la noche. Sentí el sabor a hierro en mi boca. Me froté la cara y noté una sensación viscosa. Me senté y miré mis manos: estaba cubierta de sangre.

Me paré de golpe, viéndolo todo a mi alrededor. Me temblaba el cuerpo por el frío y el miedo. Di un paso atrás y oí que algo crujía debajo de mis pies desnudos. Había huesos por todo el piso, pelo negro y un destrozado cuerpo canino cerca de mí.

Caí de rodillas.

—¿Qué... qué fue lo que hice?

Asesina de un inocente animal, no hay duda de ello, eso es todo lo que soy; un monstruo que no controla sus impulsos, obligada a matar por gula y no por necesidad; sanguinaria criatura sedienta de carne cruda, corazones palpitantes y pieles aún calientes por la prisa de huir.

Soy un monstruo...

No me moví en mucho tiempo, reflexionando sobre los actos que no recuerdo, pero que son claros frente a mis ojos. Me quedé ahí, suficiente como para hacerme encontrar por Lulú, quien dio el aviso de mi encuentro e hizo que Cala apareciera frente a mí en su acostumbrada nube de humo rosa.

—¡Dulce! ¡Gracias a los Espíritus! Estás aquí.

Se arrodilló enfrente de mí y me eché en sus brazos, comenzando a llorar.

—Lo hice de nuevo, Cala —sollocé—. Maté a un lobo, maté a un lobo...

—Tranquila, cariño, estás bien.

—Pero Cala...

—Shhh... —Me acarició el cabello—. Calma, no digas nada, estás conmigo.

Lulú arrulló cerca de mi pierna, tratando de consolarme también.

—Déjame ver qué paso.

Con mucho cuidado, como si me fuera a romper si me soltaba, se separó de mí y fue a ver el cadáver hecho trizas que teníamos a lado.

—Algo con dientes lo mató, sí —dijo—, pero dudo que hayas sido tú.

—No lo digas así, Cala, por favor —Me cubrí los oídos.

—Voy enserio, Dulce. No hay marcas de mordidas tuyas. Éstas son más grandes.

—Cala ¡No quiero saber! —Me puse de pie, sin poder controlar las lágrimas—. ¿Cómo hortensias terminé aquí? ¡De alguna manera llegué aquí!

—Dulce, cálmate.

—¿Me escapé? ¿Cómo me escapé? ¿Corrí? ¿Hui?

Empecé a caminar de un lado al otro, para nada tranquila, limpiándome las manchas marrones de sangre coagulada de las manos y escupiendo al suelo para quitarme la sensación del hierro en la boca.

—Sol mío, mírame. —No le hice caso—. Dulce.

—¿Qué? —La volteé a ver y ella sin miedo ni asco por la sangre, me besó en los labios, como si quisiera purificarme de cualquier mal con el acto.

—No hiciste esto, mi querido pétalo —Me abrazó—. No hiciste esto. Estás aquí por otra razón.

—¿Cuál?

—Hay otra mordida —meditó—, probablemente trataste de defenderlo del verdadero asesino.

—No lo creo...

Dulce BrujaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora