Diez dedos.

828 85 0
                                    

Diez

Gracias a las rápidas alas de Lulú y al buen clima, llegamos en menos tiempo del que creí. Apenas anochecía, cuando divisamos a la distancia la cabaña y pese a la hora, Charlie, tan emocionado como un niño, nos esperaba en la cerca, mirando el cielo con una sonrisa. Lulú descendió frente a él, levantando hojas y polvo y dejó caer las alforjas al suelo.

—¡Bienvenidas!

Charlie se me echó encima para abrazarme; yo, riendo, acepté su afecto y le di un beso en la mejilla. Cala también lo abrazó y besó el aire sobre su frente. Él nos ayudó a meter nuestro equipaje a la cabaña, la cual estaba impoluta y olía a crema de hongos y pan recién horneado. No esperé y serví tres platos para que pudiéramos cenar. Charlie, sabiendo que poco habíamos descansado y viendo nuestras caras agotadas, no insistió en preguntar lo que había pasado en nuestro viaje y nos recomendó apresurarnos para ir a dormir. Gustosas, le hicimos caso.

—Pero mañana me tienen que contar todo lo que pasó —condicionó.

Miré a Cala y ella me miró: por supuesto que le contaríamos lo que había pasado, pero le dejaríamos lo demás a su imaginación.

Dormir en Palacio fue unas de las experiencias más confortables de mí vida, pero no hay lugar como el hogar. El cansancio y la sensación conocida de mi cama me dio un sueño agradable y solo el sol de la mañana pudo despertarme, solo que, cuando abrí los ojos, me percaté de que no estaba en mi cama, ni en mi habitación, ni en la cabaña.

—¿Qué hortensias...?

Estaba en el Bosque, descalza y con mi pijama puesta. Ni siquiera me detuve a pensar en lo que había pasado: me apresuré a la cabaña y luego a mi habitación. No estaba herida, ni tenía marcas de un intento de secuestro. Helada de miedo, me puse mi ropa y salí para alistar el desayuno y despejarme. Charlie, para mi sorpresa, ya estaba despierto.

—Buenos días, gatita.

—Buenos días, mapache.

—¿Dormiste bien?

Dudé.

—S-Sí. Las camas en Palacio son asombrosas, pero estar en un lugar conocido me hizo... sentir mejor.

—¿Qué tal estuvo todo allá? ¿Por qué fueron? ¿Quién más fue?

—Pues...

—¿Fue Retama? ¿La saludaste por mí? La chica aún me debe un Tálero ¿Te lo dio?

—Sí... eh... no...

—¿Hay noticias nuevas de la "Madrina Melosa"? ¿Bailaron en la boda?

—Charlie, no...

—¿Se besaron? ¡Dime que se besaron! —Toda coloración del rojo y sus derivados se me subieron a la cara. —¡Sí se besaron! —rio—. ¡Ja, ja! ¡Se besaron!

—Charlie, basta....

—¡Ah, hortensias, mírate, toda avergonzada y rojita, como una cereza madura!

Empezó a saltar como un niño, festejando en voz alta y aplaudiendo. Quise darle un golpe, o al menos tirarlo al suelo, pero escapó al jardín trasero mientras canturreaba: "¡Madrina y Dulce son novias, Madrina y Dulce son novias!"

—¡Charlie, por favor, para ya! —rogué—. No grites, por los Espíritus.

Me recargué en la pared, suspirando. Entonces una combinación de gruñido y croar llamó mi atención.

—¿Qué... fue eso?

Charlie se detuvo y, como si se pudiera, sonrió más.

—Eso, querida amiga, es mi nuevo mejor amigo.

Dulce BrujaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora