Cuatro semanas.

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Diecisiete 

—¡Mira este! Es un Gevaudan. Es una criatura del tamaño de un ciervo; gato de una mitad y lobo de otro. Insaciable. Y dicen que, si llegase a llenar su barriga, se apretará entre dos árboles para apresurar la digestión y seguir comiendo.

—Ajá.

—¿Ya te conté que no hay muchos existiendo?

—Ajá.

—Y que si hay más de cinco podrían comerse al mundo entero.

—Ajá.

—Cala, no me estás prestando atención.

—Agatha... por favor, necesito estudiar esto. Mi Maestra va a hacerme una prueba... y sabes lo que pasa si me equivoco.

Se cruzó de brazos. Me dejó en paz unos momentos y volvió a hablar.

—Vámonos.

—¿Qué?

—Vámonos del Bosque.

Bajé el libro y la miré. Siempre me gustó verla a los ojos porque no eran del mismo color, uno violeta y el otro azul, aunque en esta ocasión no pude sostenerle la mirada mucho tiempo.

—Me falta muy poco para conseguir lo que quiero, Agatha. El Bosque Rosa necesita ser liberado de esas criaturas, si no, habrá más muertes de humanos.

—¿Pero a costa de qué? ¿Tu libertad? ¿Tu voluntad?

—Agatha... —suspiré—. No puedo irme. Necesito hacer esto, debo hacer esto.

—Cala, ya eres una bruja, eres muy lista, sabrás hacer algo sola. Y si no, podrías buscar a otra bruja que te tutele ¡Incluso podríamos estudiar juntas! —Me tomó de las manos, siempre encerradas en guantes—. Vámonos, por favor.

—No hay otra bruja que sepa de criaturas bestiales como tu madre. Galilea solo pudo enseñarme lo básico, pero con Cerbera he aprendido más de lo que nunca- -

—¡Pero te está violando! —lloró.

—Agatha...

—Mamá no hace nada más que lastimarte, Cala. Yo no lo soporto, ya... no... lo soporto.

—Lo lamento, Agatha... pero esas criaturas están perdiendo el control mientras más pasan los años. Lo que le pase a mi cuerpo puedo olvidarlo si al final logro poner a salvo a la gente.

Me apretó las manos, negando con la cabeza. Las lágrimas le caían por la quijada hasta el suelo. Solté una mano para secarlas.

—Apenas libere el Bosque, puedo irme contigo, podemos estar juntas en un lugar donde tu madre no nos encuentre.

—No. Ya tomaste tu decisión y yo la mía —Uso mi propia mano para poner la palma en mi boca, luego se acercó y besó el dorso—. Te amo, Cala, con cada parte de mi corazón, te amo. Por eso espero que tengas una buena vida.

Ama, oigo pasos humanos.

Descansamos en las ramas de un árbol. Hacía un frío desagradable y el hecho de que Dalia no fuera muy silenciosa no ayudó a mejorar mi humor.

—Había oído que tenía cerradas las entradas del Bosque —dijo, cautelosa.

—Rumores, niña. Nunca obstruyo los caminos comerciales. Por eso mismo debo deshacerme de los que están fuera del horario.

Dulce BrujaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora