Siete Margaritas

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Veinte

—Cala.

—¿Qué pasa, Maestra?

—Me has defraudado, de nuevo.

—Maestra... he seguido sus instrucciones.

—Has sido desleal.

—¿Cómo? No. No es cierto. He obedecido en todo.

—¿No se supone que una aprendiza debe guardar los secretos de su maestra?

—¡Pare! ¡Pare! Por favor. Lo lamento.

—Desobediente muchacha.

—Pero no hecho nada malo.

—Hablar sobre mi magia ¿Cómo se te ocurre?

—¡Voy a callarme! ¡Se lo juro! ¡Ya no diré más!

—Ahora Dulce sabe de mí y con ello sabrá lo que has hecho.

—No lo sabe. No lo sabrá.

—Ni siquiera puedes perdonarte a ti misma ¿Crees que ella lo hará?

—¡Basta! ¡Basta! ¡Me duele!

—¿¡Crees que ella te perdonará?!

Ama, ya es muy tarde, despierte.

Como cada vez que tenía un mal sueño, abrí los ojos muy lentamente, con el albornoz adherido a la piel por el sudor. La realidad me acarició la cara, enfriando mis sentidos; me moví muy lentamente, solo para darme cuenta de que estaba al borde de la cama. Me senté con cuidado, notando el vacío en el otro lado. No tuve tiempo de asustarme porque vi la ropa de Dulce pulcramente doblada sobre la mesa.

—Cerbera ya no está, no te va a hacer daño. Cálmate, Cala —dije para mí.

Me levanté, me cambié de ropa y cepillé mi cabello, ciertamente ya estaba largo, pero no me molestaba sentirlo jugando en mi cuello.

Salí de la habitación, esperando encontrar a Lulú en un mejor estado. Por suerte así fue: en uno de sus pedestales, comía varios insectos, tragándose uno tras otro con voraz hambre.

—Creo que ya te sientes mejor, traviesa.

Mucho mejor, sí, Mi Señora.

—¿No son esos los grillos de Zucker?

Picoteó un insecto muerto, lo lanzó al aire y desapareció en su garganta.

No los va a extrañar.

—Traviesa, niña. —Le acaricié las plumas—. Gracias por despertarme.

No me gusta tener esos sueños.

—Ni a mí, Lulú, ni a mí.

Miré la sala vacía.

—¿Dónde están los demás?

En la cocina.

—Iré a verlos. No vayas a seguirme, quiero que descanses.

Le di un beso en la cabeza y luego le di dos golpecitos en el pico. En la cocina, oí a Dalia hablar.

—¿Entonces ya se le pone azúcar?

Los otros tres respondieron al unísono, como quien acaba de repetir algo más de tres veces.

Dulce BrujaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora