Capítulo 5

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—No te oyes muy bien, hija —musitó mi madre por el teléfono.

—Recién salgo del trabajo. Fue un día agotador —medio mentí.

—Oh. Bueno, sólo quiero que sepas que tanto Cassie como yo te lo agradecemos, día a día.

Suspiré. Aquello era lo que necesitaba oír, más o menos.

—¿Cómo está ella? —pregunté.

—Muy bien, ahora mismo duerme la siesta. Le diré que te llame cuando despierte, si es que quieres.

—Por supuesto que sí.

En el trayecto hasta mi apartamento, mi madre me comentó un par de situaciones más sobre mi hermana: que el colegio le estaba costando y que probablemente necesitara una tutora particular, y por otro lado que el uniforme de la escuela ya le comenzaba a quedar pequeño. Todas cosas que, en mi mente, se materializaban en forma del dinero que Andrea hoy me había quitado.

Apreté los dientes.

Mi madre continuó hablando:

—Y dime, hija... ¿Aún sigues estudiando?

Me detuve en seco. Cualquier respuesta que ella esperara sabía que nunca llegaría a sus oídos.

—Por supuesto que sí. Cada día estoy más cerca de mi graduación, lo sabes.

—Ya, claro. Está muy bien que estudies, eso lo sabes. Pero, ya sabes, quizás no es el momento más adecuado para que...

—No volveré a tener esta conversación. Ya te lo había dejado en claro, mamá —la corté mientras ingresaba en el edificio—. Tú también tienes tu propio empleo. Con nuestros salarios juntos, Cassie tiene de sobra.

Bueno, eso al menos era así hasta que hoy perdí dos ventas. Ya vería cómo me las arreglaría con aquellos billetes menos.

Pulsé el botón del elevador. Rogaba internamente que no se apareciera ningún Kaiden Parker dentro, o realmente explotaría. Ya había tenido suficiente en un día.

—Está bien, cielo —mi madre cedió—. Le diré a Cass que te llame más tarde. Te amo.

—Yo a ti. Hasta luego.

Finalicé la llamada con un suspiro de alivio. Me llevaba bien con mi madre en líneas generales, pero cada vez que se decidía sobre meterse de lleno sobre el tema de la universidad y cómo aquello me consumía el tiempo que podría estar empleado en un trabajo de tiempo completo que pagase mucho más, tenía ganas de arrojarle a la cabeza uno de sus floreros más preciados.

Cerré los ojos y me recosté contra la pared metálica mientras el elevador recorría los pisos hasta llegar al mío. Cuando el sonido tintineante anunció que ya había llegado, las puertas se abrieron sin impedimentos. Y no había ningún Kaiden Parker acechándome. Bien.

Caminé hasta mi apartamento, introduje la llave en la cerradura de la puerta e ingresé a mi casa. El aroma de mi hogar me devolvió al mundo que era mejor que el del centro de estética, a pesar de no ser del todo genial. Arrojé mi bolso al sofá y yo también me dejé caer en el mismo. Sólo entonces, mientras miraba un punto fijo en la pared, me permití llorar.

Las lágrimas emergieron a borbotones sin inconvenientes, y de inmediato mi rostro quedó empapado. Me llevé las manos a la cara, permitiéndome descargar toda aquella tensión y energía acumulada que el día me había otorgado con un lazo rosado, señalando en la etiqueta que no se aceptaban devoluciones.

Estaba muy cansada. Y sin embargo, sabía que no podía pedir por algo mejor. Simplemente había que poner la otra mejilla.


Lo que sangra el corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora