Capítulo 53

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La primera semana sin Kaiden se me hizo eterna. Pese a lo que me había comentado la señora Fischer, mi corazón aún se aferraba sólidamente a la esperanza de que se trataba de un truco. Aún me sujetaba de la idea de que ella se había equivocado con la información que había obtenido. Cada día, al salir del apartamento, me demoraba aún más en el corredor a la espera de su aparición rutinaria para fastidiarme. Esperaba por cualquier atisbo de su presencia, esperando verle en alguna esquina con el rabillo del ojo incluso. En la universidad también me mantenía alerta a cualquier indicio que confirmara que no había desaparecido simplemente de la faz de la Tierra; sosteniéndome de lo que parecía ser una cuerda que cada vez se hacía más delgada hasta convertirse en un mero hilo.

Pasó un mes. Aprobé todas mis asignaturas satisfactoriamente, con sobresalientes en todas ellas. Comenzaban mis vacaciones académicas, y Kaiden seguía sin aparecer. Sin regresar.

Tras los primeros treinta días, mis anhelos comenzaban a flaquear. Tras las primeras cuatro semanas sin verle, aguardé por algún sonido proveniente del apartamento 3B. Me conformaría con cualquier ruido, incluso me contentaría con que le subiera el volumen al máximo a aquella música que solía escuchar como si en una isla inhabitada viviera.

Pero nada había ocurrido. Y cuando Paulette acudió a recoger el dinero de la renta de agosto, tuve que preguntárselo.

—¿Qué pasó con Kaiden? —inquirí, en un murmullo, mordiéndome el labio mientras le tendía la paga del alquiler mensual.

Paulette me observó con una ceja enarcada, interesada en mi cuestionamiento.

—Es que no le he visto más por aquí —me excusé, intentando que mi voz no se quebrase.

Ella suspiró, guardando el sobre con el dinero en su bolso.

—Pues supongo que encontró algo mucho más confortable a sus deseos —musitó—. Lo cual me resultó extraño, dado su más reciente comportamiento.

Ahora, fue mi turno de mostrarme confundida.

—¿A qué te refieres?

—Se supone que debo ser profesional y no revelar ningún tipo de interna con los inquilinos, pero creo que ya no importa, dadas las circunstancias —ella se encogió de hombros—. ¿Recuerdas aquella vez, como hace un mes y medio atrás, que acudí a recoger una paga de tres meses?

—Sí...

—Pues era suya. De Kaiden.

Fruncí el ceño.

—¿Debía tres meses de renta?

—Así es. Me había comentado que se largaría a finales de abril, pero cambió de parecer en última instancia. Aparentemente, esta vez fue en serio.

Fruncí el ceño.

—No creí que fueras tan flexible respecto a la renta —señalé.

Paulette sacudió su mano en el aire, restándole importancia.

—Conozco a su familia. Siempre han sido educados y responsables. Sabía que Kaiden no estaba pasando por un buen momento en aquellos tiempos, por lo que decidí tenderle una mano al respecto...

Sólo me enfoqué en una parte de tu monólogo. Tres meses de renta... ¿Qué había hecho cambiar de parecer a Kaiden? Si hacía los cálculos correctamente, aquella situación de la que hablaba Paulette tendría que haber tomado lugar en las mismas fechas aproximadas que cuando yo estaba mudándome al edificio. ¿Qué había sucedido para que Kaiden decidiera continuar viviendo aquí? ¿Cuál había sido el punto de inflexión?

—El pobre parecía realmente consternado hace cuatro meses —prosiguió la mujer—, como si estuviera experimentando una clase de crisis. Pero, créeme, cuando le volví a ver aquella vez en la que fui a recoger la paga, parecía como si nunca se hubiese encontrado así en un primer lugar. Era una persona totalmente nueva, renovada, con las ideas claras.

La curiosidad me ganó.

No pude evitar que la pregunta se escapara de mis labios:

—¿Qué le ocurrió?

—No tengo la menor idea —Paulette sacudió la cabeza—. Pero, fuera lo que fuera, se disolvió pronto. Sólo espero que no haya sido por lo mismo que se marchó ahora.

Algo se estrujó en mi pecho al volver a escuchar aquella afirmación.

—Oh, pero tú no te preocupes —entonces ella sonrió—. Así como ayudé a Kaiden, también ayudaré a aquellos que son educados y responsables. Tú entras en aquella categoría fácilmente; además —Paulette bajó la voz— eres de mis preferidas. Nunca me has dado ningún tipo de problema.

Aquello debería haberme hecho sonreír espontáneamente, pero apenas lo logré. Le ofrecí una sonrisilla forzada, contemplando cómo ella se dirigía al apartamento 3C, sabiendo que no podía darle mucho más que eso. No cuando, con cada minuto que transcurría, la idea de volver a ver a Kaiden deambulando por el edificio se escurría de mis manos como si de agua se tratase.

No cuando, conjuntamente, me había enterado de que Kaiden había estado pasándola mal y que su solución había sido largarse. Si lo consideraba como un patrón, quizás también aquello había ocurrido esta vez.

No, no quizás. Estaba cien por ciento segura de que era eso lo que había sucedido. Y también era consciente de que, en parte, era mi culpa.

Pero llegar a aquella conclusión me enfadó. Al principio no sabía por qué me enfurecía, dado que yo había sido quien le había dejado en claro que no deseaba tener nada que ver con él desde un inicio. ¡Habíamos estado durante tres meses bailando la misma danza, en perfecta sincronía! Cada vez que me fastidiaba, yo le devolvía el golpe. Cada vez que se burlaba, yo me mofaba el doble. Cada vez que me invitaba a desafiarle, allí estaba yo sosteniéndole la mirada. Era un círculo vicioso, de eso estaba segura. Como también tenía la certeza de que cada vez que él expresaba sus deseos por besarme, a mí me inundaba el deseo de cumplirle el capricho.

Pero entonces me percaté de la razón de mi cabreo. Era evidente: si tras aquellos tres meses él nunca había dado un paso al costado, ¿por qué lo hacía ahora? Esencialmente yo le había gritado que se marchara repetidas veces, que me dejara en paz, que se fuera a molestar a alguien más. Y nunca lo había hecho. En su lugar, me había observado desde su altura y con sus brazos cruzados, había ladeado una sonrisa de suficiencia y había soltado un comentario mordaz para superarme. Aquella había sido nuestra rutina desde que nos conocimos. ¿Por qué, de repente, había decidido destrozarla? ¿De qué huía?

La parte cuerda de mi mente comprendía que las cosas habían cambiado drásticamente desde el día en que nos besamos por primera vez. Aquel día no había sido planeado, mucho menos lo que había ocurrido dentro de su hogar y precisamente sobre su cama. ¿Entonces, era aquello? ¿Era posible que Kaiden huyera de los cambios? ¿Podría haber tenido algo que ver el cambio con su advertencia a Paulette de marcharse la primera vez?

Me devanaba los sesos para poder comprender la situación; mientras ingresaba a mi apartamento. Pero, con cada segundo que pasaba, mi ira no hacía más que aumentar.

Había transcurrido un mes entero.

Cuatro semanas.

Treinta días.

Setecientas veinte horas.

A las setecientas veinte horas y un minuto, la realidad me golpeó. La ira se convirtió en indiferencia, pese a que aún circulaba por mis venas una leve cantidad de cabreo.

A las setecientas veinte horas y dos minutos, tomé una inhalación y solté las palabras al aire vacío, en la soledad de mi sala de estar:

—Kaiden no va a regresar.

Y con aquello, las circunstancias se hicieron tangibles.

Lo que sangra el corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora