Capítulo 85

13 3 0
                                    

Para el martes por la tarde, Victor ya había leído la copia del contrato que Kaiden le había enviado la noche anterior; luego de haberme hecho el amor como había prometido la mañana del lunes.

Por eso mismo el mensaje de texto que había recibido de Kaiden aquella tarde destensó cada uno de mis músculos, ya de por sí agarrotados tras haber estado más de cuatro horas tras el mostrador del salón de belleza sin tomar asiento.

Victor dice que todo está en orden. Ya es hora de que saques el culo de ese lugar espantoso de una vez. También ha mencionado que se encargará personalmente de solucionar aquel asunto de forma legal.

Un suspiro de alivio abandonó mis pulmones. Tecleé una respuesta en agradecimiento, prometiéndome a mí misma darle las gracias al padre de Kaiden personalmente en cuanto le volviera a ver; oportunidad que, conociendo a Rose, no debería tardarse mucho en llegar.

Ya con aquellas nuevas pautas, traspasé el resto de la jornada más predispuesta. Sería la última vez que pisaría este sitio, la última vez en que le daría la ocasión a Andrea de desestimarme como su empleada. Aquí marcaba el fin de una era a la que no deseaba regresar nunca.

En cuanto el cielo comenzó a oscurecerse, inspiré profundo. Tan sólo unas horas más y presentaría mi renuncia, y entonces...

—Debo irme por unas horas —anunció la voz de Andrea, irrumpiendo mis pensamientos—. Thea, te quedarás a cargo. Has hecho un trabajo excepcional la última vez.

¿Qué?

Leí la letra pequeña en aquel supuesto halago. Lo decía de aquella forma para disfrazar su actitud de superioridad, con la excusa de que aquella vez había sido responsable cuidando del local hasta que ella había regresado cuando le había apetecido.

—No, yo... —comencé.

Ni en broma iba a quedarme más tiempo aquí. Las paredes internas del local siempre habían ido cerrándose sobre mí en cada jornada, cada día laboral al cual había asistido desde que había obtenido el puesto. Era un sitio claustrofóbico conociendo todo lo que implicaba trabajar aquí, de modo que me negaba rotundamente a aceptar aquello. En otras condiciones, ni siquiera me habría debatido en cuestionar la orden de Andrea; aquello me habría valido el empleo y el dinero que necesitaba con tanta urgencia.

Pero ya no más.

—No voy a hacerlo —espeté, entonces, con mi voz firme.

Andrea clavó su mirada en la mía, intentando intimidarme con su porte. Se cruzó de brazos, alzando una ceja en mi dirección, desafiándome a repetir mis palabras. No permití que me hiciese sentir pequeña.

—¿No vas a hacerlo? —Repitió ella, burlona— ¿Qué significa eso?

—Que no voy a acatar cada una de tus órdenes sólo porque tú lo digas.

—Soy tu jefa. Respondes ante mí.

—Ya no más —farfullé, rodeando el mostrador hasta encontrarme frente a ella. Sus ojos color café me observaron con cuidado, analizando cuál era el próximo movimiento más conveniente—. Lo que haces aquí es inhumano, nos esclavizas a tu antojo aprovechando nuestra impotencia y urgencia por el dinero. No nos merecemos estos tratos, no sabiendo que vivimos en el maldito siglo veintiuno.

—Vaya, qué sorpresa, Thea —siseó, con veneno en su voz. Me recordó a una serpiente, preparada para atacar a su presa—. Has resultado ser toda una revolucionaria. ¿Qué crees que harás, entonces? Plantarme cara tiene sus costos, ya lo sabes. ¿Necesitas que te refresque la memoria reduciéndote el salario?

—No será necesario —espeté—, porque renuncio.

—¿Renuncias? —Se mofó, soltando una risotada— Corrígeme si me equivoco, pero recuerdo perfectamente que llegaste aquí desesperada, sin un centavo en tu bolsillo. ¿Crees que tendrás la capacidad de encontrar algo mejor tan pronto, que cubra todas tus necesidades financieras y de subsistencia? Yo lo dudo.

Lo que sangra el corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora