Capítulo 72

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Kaiden y yo charlamos durante horas en el bar tras haber dejado expuestos nuestros corazones y deseos. Había aprendido mucho de él en tan poco tiempo, como por ejemplo que sabía hacer malabares y disfrutaba presenciar los atardeceres anaranjados. También me confió que, a raíz del alcoholismo rehabilitado de su padre, sólo se permitía beber únicamente un trago cada vez que salía o hacía planes. Nunca se sobrepasaba de aquel límite.

También había aprendido que le gustaba muchísimo tocarme bajo cualquier pretexto. Según él, me había manchado el rostro con kétchup al menos siete veces. Y, también según él, había estado balanceando mi pierna sobre el taburete y aquello le inquietaba; habiendo posicionado su palma sobre mi rodilla para que detuviera los movimientos. Ambas situaciones habían sido mentira, pero no habían quitado la sensación que había dejado su tacto en mi piel. Sobre todo sabiendo que el vestido era lo único que le impedía verme como yo llegué al mundo.

Cuando decidimos marcharnos, él entrelazó sus dedos con los míos durante todo el trayecto. Abrió la puerta del edificio para mí e ingresé primero en dirección al ascensor, ambos entrando en él.

Pacientemente, esperé a que las puertas se cerrasen frente a nuestros ojos. Había contemplado algo, minutos atrás, en la mirada de Kaiden que me había intrigado hasta la médula. Sus ojos, ya tan familiares para mí, me habían cedido toda la atención durante la noche. Y no había ido tan mal, en realidad lo había disfrutado. No obstante, algo en la expresión de Kaiden en los últimos minutos me había dejado expectante.

En cuanto las puertas del elevador quedaron completamente selladas, él se volteó hacia mí. Enarqué una ceja en su dirección mientras sentía resurgir el fuego en mi interior bajo aquella mirada intensa que le pertenecía y que únicamente me estaba brindando a mí, y entonces él avanzó a paso decidido hacia mí sin titubear.

—No lo soporto más —espetó.

Su boca se encontró con la mía en menos de un segundo. Sus labios acariciaron los míos con fiereza, y su lengua rozó la mía con un arduo deseo. Kaiden me empujó contra la pared de la caja metálica con la suficiente fuerza como para aprisionarme entre ella y su cuerpo, y en cuanto mis manos se encontraron sobre su cabello su garganta profirió un sonido que hizo que mis rodillas temblasen.

Dios, al fin.

Sus manos recorrieron todo mi cuerpo, desde los brazos hasta mi cintura. Sus dedos se dedicaron a examinar la tela del vestido con determinación, enfocándose claramente en ciertos lugares que parecían ser sus favoritos. A mi espalda, el muro del ascensor era frío; y aquel contraste de temperaturas me hizo estremecer.

Kaiden me mordió el labio inferior mientras que subía con sus manos un poco de la falda del vestido; no lo suficiente como para que advirtiera la carencia de ropa interior que mantenía. Sus dedos se movieron por mis muslos de una forma tortuosa pero magnífica, y mientras me besaba con furor solté un jadeo contra su boca.

Las puertas del elevador se abrieron. Un momento después, Kaiden me tomó por la parte trasera de mis piernas y me hizo colocar éstas entorno a su propia cintura. Mientras no paraba de besarme, emprendió la marcha.

Comencé a sentir la lujuria y a la fiera del deseo en pocos segundos. Sus manos estaban por todas partes, atormentándome de una forma en la que sabría que perdería el juicio si continuaba en aquella dirección.

Kaiden me dejó en el suelo para tomar las llaves de su propio apartamento, pero me le adelanté en cuanto abrí la puerta del mío y lo empujé dentro.

—Tenemos que hablar seriamente de tu adicción a no echarle llave a tu apartamento —espetó él, con un tono de voz mucho más grave del usual.

—Luego —farfullé, abalanzándome sobre su boca una vez más. No iba a permitir que se detuviera, no después de la semana que ambos habíamos tenido sin tocarnos.

Lo que sangra el corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora