Capítulo 75

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Era la una de la mañana para cuando Andrea decidió liberarnos a todas por igual. No pude evitar reprimir el suspiro de alivio, dadas las circunstancias. No quería continuar ni un segundo de más pisando aquel local tras lo ocurrido.

Una vez puse un pie en la acera, una figura corporal que ya conocía estaba aguardando allí. Fruncí el ceño, parpadeando repetidas veces, para saber si era un truco de mi mente perturbada o si realmente estaba allí.

Kaiden se encontraba recostado sobre la fachada exterior del salón de belleza. Tenía la capucha de la chaqueta echada sobre la cabeza, con sus brazos cruzados. Al encontrarme con la mirada, me contempló fijamente a los ojos.

Sus zafiros parecían turbados, enfadados, pero también había una denotación de preocupación en ellos.

Me acerqué a él.

—¿Qué haces aquí? —inquirí.

—Llevarte a casa —respondió—. No es un buen horario para andar sola por la calle.

Me encogí de hombros.

—Es parte de la rutina, lo hago siempre —excusé, abrazándome a mí misma dada la brisa que se había levantado de repente.

Aquello sólo sirvió para que la ira que sus ojos presentaban se acentuara. No obstante, su expresión corporal intentaba a toda costa esconderla.

Luego, aquellos mismos irises se deslizaron para examinar mi atuendo. Consistía en un vestido veraniego color celeste, que había combinado con unas botas. Kaiden chasqueó la lengua, como si aquello fuera la versión corta de todo lo que quería decir. De todo lo que aquellos ojos parecían estar gritando.

Y aquellos azules parecían estar gritándolo todo.

Sus propias manos se movieron hasta la cremallera de la cazadora que llevaba puesta. Luego, se la quitó.

—¿Qué haces...? —comencé a indagar, pero entonces ya tenía la prenda echada sobre los hombros.

—Póntela. Hay viento.

Pestañeé, aturdida. Sin embargo, acaté su petición; en primer lugar porque era cierto que aún hacía cierto frío debido a que la primavera todavía no estaba en su auge y, en segunda instancia, porque el aroma a su colonia envolvía toda la prenda y me hipnotizó por completo al filtrarse por mis fosas nasales.

Cuando tuve los brazos dentro de las mangas, Kaiden juntó los extremos de la cazadora y subió la cremallera. Me quedaba enorme, pero apenas pude darle importancia a aquel detalle dado que estaba íntegramente enfocada en los ojos de Kaiden.

—Gracias —musité.

Kaiden sacudió la cabeza mientras me contemplaba con suma atención. Ejercíamos una distancia nada prudente, sabiendo que cualquiera de los dos que se inclinara un poco hacia delante podría ponerle fin a la misma.

Un sonido a nuestro lado sobresaltó a Kaiden. Por el rabillo del ojo pude ver la figura de Andrea emergiendo del salón de belleza mientras cerraba la puerta con llave. No nos dio el honor de mirarnos, sino que se dio media vuelta y caminó en dirección opuesta a la nuestra.

Kaiden tenía los ojos sobre ella. Aquellos ojos que rezumaban cólera, y a cuyo gesto ahora se le sumaba su mandíbula apretada.

—Vamos a casa —farfulló entonces.

A casa. Disfruté demasiado la forma en la que lo dijo; como si fuera nuestra.

—De acuerdo —asentí.

Una de sus manos descendió a su lado hasta entrelazarse con la mía. Un segundo posterior, emprendimos la marcha hasta el edificio.

Pero cualquier tipo de emoción se esfumó en cuanto noté lo silencioso que se encontraba. Tras las dos primeras manzanas que cruzamos, me sentí incómoda ante tal mutismo abrumador.

Lo que sangra el corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora