Capítulo 23

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En las pocas horas en las que Calvin se hospedó en mi apartamento, pude conocerlo aún más de lo que esperaba. Ciertamente, tenía un aura que atraía toda la atención de una sala repleta de gente, dado que su carácter era no sólo divertido sino excéntrico. Los minutos en los que estuvimos sentados en el sofá parecieron horas, y la confianza que emanaba de sus poros me había envuelto en una suave sábana cálida y cómoda. Tenía una risa estrepitosa y no se avergonzaba de aquello, no como otras cuestiones más evidentes de su cotidianeidad.

—No creí que fueras homosexual cuando te conocí —le confesé, relajada contra el respaldo del sofá y con mis piernas entrecruzadas en forma de indio.

Él se limitó a encogerse de hombros.

—No es algo que vaya gritando a los cuatro vientos. Me conformo con entrar en confianza primero antes de hacerlo.

—Ahora tenemos mucha confianza —repuse, con una sonrisa lateral en mi rostro—. Aunque, allá en el pasillo, pareciste estupefacto y... asustado.

Él sacudió la cabeza, negando.

—Es... complicado.

—Comprendo —asentí.

No quería presionarle. No era mi intención en absoluto, dado que si lo hacía podía verse intimidado e incómodo. De todos modos, tampoco era de mi incumbencia.

Sin embargo, Calvin me sorprendió diciendo:

—Mi familia no lo sabe.

Parpadeé.

—¿Y hace cuánto... fuiste consciente de quién eras? —inquirí, cuidadosa.

—Desde los nueve años, quizá.

—Vaya.

—Ya te digo. Complicado —repitió.

A partir de allí no entró en detalles. Tampoco los exigí, dado que no era particularmente asunto mío. Calvin se embarcó en un nuevo tema de conversación, como por ejemplo mi cita con Trevor. Curioseó en cada ínfimo detalle, me hizo describirle con exactitud su aspecto físico e inquirió las preguntas más incómodas y directas que alguna vez había recibido; incluso peor que mi propia ginecóloga.

Sólo le hice callar al respecto cuando le permití que examinara mi guardarropa. De haber sido posible, él hubiese invertido una fortuna en nuevos atuendos para mi persona; ya que alegaba literalmente que "no disponía de nada decente". Yo, por otra parte, creía que nuestra terminología y conceptos sobre la decencia no eran los mismos.

Él esperaba que yo acudiera a la cita en un simple corpiño de encaje negro y una falda del mismo color, con tacones a juego. Yo, sin embargo, consideré que aquello sería poco apropiado para un restaurante. Lo siguiente que hizo al considerar mi opinión fue sacudir la cabeza, pasarse las manos por el rostro y señalarme con el dedo mientras musitaba:

—Debes dejar de ser tan moralista y exponer tus atributos sin pudor.

A lo que yo reaccioné con una carcajada.

Era por eso que, tras la jornada laboral del día posterior, me encontraba en mi cuarto mientras estudiaba el vestido morado extendido sobre la cama; aquel que Lydia había logrado llegar a detestar. Había sido otra tarde extensa, pero agradecía a los astros que Andrea no hubiese decidido largarse nuevamente y seleccionarme a mí como su portera en el salón de belleza.

En la comodidad de mi dormitorio, me permití suspirar profundamente. Le dirigí una mirada más enfocada al vestido, que aguardaba pacientemente sobre las colchas. Era bonito, realmente no entendía por qué Lydia lo odiaba tanto: tenía un escote en forma de corazón, con dos tirantes sobre los hombros de grosor promedio. Se ajustaba bien al torso, para caer sobre la cintura de forma acampanada sutilmente. No sólo estaba constituido de forma encantadora, sino que el color era totalmente precioso. Recordaba a Lydia decirme una vez al respecto que efectivamente destacaba mis ojos, con aquellas dos tonalidades que poseía. Y luego se hartó de verme vestida con él en todas las ocasiones.

Lo que sangra el corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora