Capítulo 103

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Sentada en el sofá de la sala de estar, observé con distancia prudencial el cuadro terminado. Los resultados habían aparecido más rápidamente de lo usual, brindándome una resolución en menos tiempo de lo que había estado esperando.

Sin embargo, lo que más tiempo me estaba llevando era presionar el botón en la pantalla de mi móvil. Mordisqueé mi labio inferior con fuerza, dándome ánimos y valentía de manera interna.

Vamos, Thea. Acaba con esto.

Presioné el botón y me llevé el celular a la oreja.

Mi madre atendió en el primer tono de la llamada.

—Thea, cielo —oí su suspiro de alivio.

No dije nada.

—Lo lamento, por Dios, no sabes cuánto lo siento —comenzó a llorar—. Te juro que responderé a cada pregunta que me hagas, y haré lo que me pidas. Ya he comenzado a devolverte parte del dinero que has ido enviándome durante los meses; para diciembre deberías disponer de la cantidad total en tu cuenta bancaria si mis cálculos no fallan...

Lo cierto es que ni me había fijado en ello.

Continué sin hablar.

—Me siento de lo peor, cielo —mi madre no se detenía; asumía que era porque deseaba utilizar todo el tiempo que tuviera disponible para hablar antes de que le cortara la llamada—. Por favor, perdóname. Nunca quise hacerlo, créeme. Pero no hay excusa que valga, de hecho la justificación ni siquiera es válida; me he dado cuenta de ello. He obrado mal, pésimo de hecho. Soy una madre de mierda, y lo admito.

—No —espeté antes de poder preverlo.

Mi madre enmudeció. Aquella era la primera palabra que le dirigía desde el viernes, y no era lo que había planeado. Resignada, suspiré. Ya no había forma de enmendarlo, por lo que musité tajante:

—No eres una madre de mierda. No con Cassie, al menos. Que me hayas manipulado y utilizado no te convierte en mala madre, te convierte en mala persona.

Mi madre ahogó un jadeo al otro lado de la línea. Sí, yo tampoco me había estado esperando mis propias palabras venenosas. Pero ya habían salido.

—Thea...

—¿Por qué lo hiciste? —inquirí, severa.

—Ya te lo dije, cielo, y fue una estupidez de mi parte...

—No creo que retenerme para que no me largue de tu vida fuera lo único que esperabas lograr con esto —señalé.

—Aquella fue la idea principal —confesó, con vergüenza en su voz—. Pero se me salió de las manos, y lo siento, de veras lo siento... Tomé costumbre de la situación, y mi propia inseguridad como madre lo estropeó todo.

—Tus acciones lo estropearon todo, no tu inseguridad —indiqué.

—Tienes razón —susurró—. Y ni siquiera intentaré excusarme al respecto. No hay nada que pueda decir en mi defensa.

—Bien. Aprecio que lo admitas.

—Thea...

—Me han sugerido que presente una denuncia contra ti —solté, interrumpiendo cualquier cosa que fuera a decir. No quería oírla más.

Creí que, luego de mis palabras, la línea se había cortado. Pero aún era capaz de oír la respiración de mi madre al otro lado, el pánico abriéndose paso por sus pulmones.

—¿Qué? —su voz salió en un hilo.

Contemplé el cuadro que estaba a unos metros de mí. Reposando en el caballete, las tonalidades monocromáticas cubrían todo el lienzo que una vez había sido blancura pura. Pero aun así, había un leve destello de color verde en determinados puntos; apenas imperceptible y que no había planeado. Pero no era invisible para mí: aquel era el mismo color verde que tenían los ojos de mi madre.

Lo que sangra el corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora