Capítulo 28

20 5 0
                                    

Las horas se me pasaron volando. El tiempo se había convertido en una variante completamente irrelevante en aquel momento de mi vida, donde los únicos indicios de que transcurrían los minutos eran los latidos de mi propio corazón confundido.

Me encontraba sobre mi edredón, observando el techo blanco de la habitación. Llevaba así horas, y no había mirado el reloj en ningún momento desde que atravesé el umbral de mi puerta; dejando a Kaiden atrás.

Kaiden. De tan sólo pensar en lo que habíamos hecho más temprano se me erizaba nuevamente la piel. Me había contemplado de una forma tan única, me había tocado y acariciado de una manera peculiar, me había besado de una forma que bien podría haber sido ilegal en todos los países del planeta. Mi cuerpo reaccionó dándome mariposas en el estómago ante el recuerdo del tacto de sus manos contra mi piel desnuda y ardiente, con sus dedos trazando un mapa incomprensible sobre cada parte de mi cuerpo.

El efecto que me provocaba el mero hecho de recordar cómo sus manos se habían deslizado con cautela y deseo sobre mi piel expuesta era íntegramente anhelante. Sólo podía pensar en tocarle una vez más, tener su cabello entre mis puños, en escucharle cambiar la respiración ante la lujuria...

Y en besarlo. Mierda, cómo deseaba volver a besarlo. Sus labios habían reclamado los míos de una forma en que realmente pensé que moriría, de una forma en la que había visto fuegos artificiales detrás de mis párpados sellados. Sus labios habían sido como probar el chocolate por primera vez, generando una adicción al primer instante. No podía evitar suspirar al recordarlo.

Lo cual era un error dimensional. Cada vez que se colaba el recuerdo de sus manos, su boca, su lengua sobre mi piel, debía reprimirlo; aunque cada vez se volvía un proceso de lo más complicado. De ninguna jodida manera había podido prever lo que sucedería una vez me internase en la privacidad del apartamento de Kaiden, jamás hubiese imaginado que terminaría... así. Mis intenciones originales habían sido derribar su puerta en función de la cólera que inundaba mis venas, quizá gritarle o empujarle. Y, claro, terminé gritando... Pero no de la forma que había planeado.

Jadeé de frustración, pasándome las manos por el rostro, limpiando las lágrimas que no cesaban de fluir desde mis ojos. Estaba oscuro fuera, donde el crepúsculo cubría cada centímetro de la ciudad. Era un cielo sin estrellas por lo que podía apreciar desde la penumbra del dormitorio, y parecía hasta irónico: los antiguos marinos las utilizaban para no perder el camino o el objetivo, y yo parecía haber perdido ambos en cuestión de unas horas.

Algo había surgido de mi interior en cuanto Kaiden había posado su mirada sobre la mía en cuanto cerró la puerta de su apartamento hoy, con ambos dentro. Me había poseído una fuerza extraña, algo que no había estado allí tan patente y tangible como en aquel momento. O quizás había perdido completamente la sensatez, eso parecía una explicación mucho más razonable. Pero la forma en que sus ojos se habían oscurecido...

Lo que había ocurrido no debería haber sucedido. Nunca debería haber cedido ante la petición de mi corazón de tomar las riendas del dibujo del amanecer; mierda, nunca debería haberme mudado aquí para empezar.

Con aquel último pensamiento, tomé mis audífonos y comencé a reproducir desde mi móvil la música clásica que tanto solía tranquilizarme; aunque evitando por completo Suite para Violonchelo Número Uno en G Mayor. De hecho, era probable que jamás volviera a oír aquella pieza de la misma manera.



En la mañana del jueves, me permití no asistir a clase. Era lo suficientemente disciplinada como para poder saltarme un día de facultad, incluso con la fecha de los exámenes finales intimidándome a la vuelta de la esquina. En su lugar, no me moví de la cama en toda la mañana. Apenas había podido pegar un ojo, pese a que había dormitado varios minutos con Vivaldi resonando en mis oídos, aunque aquello no evitó por completo despertar apenas había sonado la primera alarma.

Lo que sangra el corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora