Capítulo 98

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El paisaje a través de la ventanilla del coche se mantenía constante. Así fue durante más de tres horas, con Kaiden centrado en la autopista por la que estábamos transitando y conmigo completamente aislada del mundo real a su lado. Él no pronunció palabra alguna mientras aferraba con la mano izquierda el volante mientras que con la derecha efectuaba los cambios en la palanca y, de vez en cuando, me tocaba la pierna en señal de apoyo. Me gustaba aquello, pese a que no podía expresarlo en palabras dados los recientes acontecimientos.

No encontraba la voz para poder manifestar mis pensamientos o emociones. Aún me encontraba conmocionada tras lo que había hecho mi madre conmigo, y temía haber perdido la capacidad de hablar o siquiera murmurar un sonido; por más incoherente que fuera. ¿Podría suceder algo así? ¿Podría mi madre haber calado tan profundo en mí con sus acciones de manera tal que hubiese perdido todo el poder de llevar un comportamiento humano natural? Me aterraba la idea. No era algo que precisara justo ahora —o, en realidad, nunca—, no cuando todo en mi vida parecía haberse organizado para finalmente brindarme aquello que había estado esperando por tanto tiempo.

Miré de soslayo a Kaiden. Tenía su mirada fija en la carretera, concentrado en sus propios pensamientos, mientras se mordisqueaba el labio inferior. Ojalá pudiera decirle que no se preocupara por mí. Ojalá pudiera afirmarle que estaba bien, aunque fuese mentira. Ojalá pudiera relajar aquel ceño fruncido con un beso. Ojalá pudiera ser capaz de hablar en voz alta o de moverme para apretarle la mano que tenía sobre mi muslo, pero tampoco me encontraba en condiciones de hacer eso. Mi cuerpo sencillamente no respondía a mis expectativas, sino que parecía que mi cerebro había activado el modo de piloto automático.

De modo que continué observando el paisaje a nuestro alrededor conforme atardecía: árboles y extensiones de campos, una ruta despejada y monótona. No teníamos vehículos en torno a nosotros, por lo que todo estaba sumido en una calma solitaria abrumadora.

Kaiden ni siquiera había puesto la radio del coche para que llenara aquel silencio. El ambiente era demasiado denso como para poder disimularlo con música; nuestros propios pensamientos eran más estruendosos que cualquier melodía que emergiera de los altavoces. Por lo menos, los míos lo eran.

Tenía un mal sabor de boca desde que había salido de aquella casa. Mi estómago estaba contraído, mis ojos hinchados en función de las lágrimas derramadas. Por no mencionar mi garganta, cuyas cuerdas vocales habían sufrido lo suyo tras el estallido de los gritos. Y si me ponía a reflexionar sobre cada cosa que dijo mi madre desde que me insinuó la carencia del dinero en aquella casa, sobre la forma en que sus palabras habían representado mucho más...

Te recuerdo que me es indispensable el dinero... Aquella vez, en la adrenalina del momento, había cometido el grave error de no pensar su réplica antes de formularla. Luego, se había corregido de inmediato. Pero allí había estado presente la verdad. Sólo que mi ceguera había resultado muy imponente como para comprenderlo.

Deberían haber pasado cuatro horas para cuando presté una mejor atención al sitio al cual nos estábamos dirigiendo. Kaiden nunca había especificado hacia dónde se dirigía, ya que ninguno de los dos pronunció palabra alguna durante todo el trayecto. Él simplemente había acatado mi orden anterior, sin cuestionamientos. Y ahora que observaba el entorno, me encontraba confusa.

Estábamos ingresando a una ciudad urbanizada. No reconocía los edificios ni las viviendas, pero había un distinguido aroma en el aire que me daba un leve indicio del sitio al que estábamos acudiendo.

Kaiden condujo en un solemne silencio, aunque le conocía lo suficiente para saber que le estaba matando no comunicarse conmigo. Aquella siempre había sido una conducta que había mantenido ejemplarmente desde que nos habíamos conocido —siéndole leal incluso en nuestros encuentros de rivales—, de forma que todo su lenguaje corporal estaba traduciendo aquella angustia por él. Y me rompía el corazón.

Lo que sangra el corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora