Capítulo 82

15 3 0
                                    

Me removí sobre las suaves sábanas de la cama. Un atronador sonido inundaba la habitación, pero rápidamente cesó. Continué buscando el calor del cuerpo de Kaiden contra el mío tras aquel ruido, pero lo único que oí fue un suspiro profundo detrás de mí. El brazo que Kaiden utilizaba para rodear mi cintura se desplazó fuera de la misma.

Proferí un quejido ante aquella acción. ¿Por qué quitaba sus manos de encima de mi cuerpo?

—Cariño —susurró él, su aliento llegando hasta mi piel—, debo ir a trabajar.

Debí de haber proferido otro sonido quejándome, dado que Kaiden rio por lo bajo. Aun así, no era capaz de procesar cualquier información que recibieran mis oídos. Mi cerebro estaba aturdido.

¿Qué hora era?

—Es temprano —musitó él, como si hubiera leído mi mente—. Ni siquiera son las siete aún. Vuelve a dormir.

—No, quédate cerca —murmuré, con los ojos cerrados—. No te vayas.

Kaiden depositó un beso sobre mi hombro derecho.

—Duerme un poco más —pidió—. Me despediré de ti en cuanto sea hora de que me marche.

Iba a protestar, iba a aferrarme a cualquier excusa para tenerle un poco más de tiempo abrazando mi cuerpo, sujetándose de mi piel, pero entonces su mano entró en contacto con mi cabello. Sus dedos se enterraron en los mechones hasta llegar a la nuca, y la caricia liquidó cualquier rastro de consciencia en mí. Los párpados se me hicieron más pesados que antes, mi cuerpo se relajó hasta fusionarse con las sábanas. Y entonces, continué durmiendo contra mi voluntad.

No obstante, se sintieron como apenas cinco minutos de siesta para cuando Kaiden volvió a acariciarme; esta vez en el brazo. Su tacto me despertó un poco, haciéndome parpadear varias veces hasta que mi visión se adaptara a lo que tenía frente a mí.

Kaiden estaba sentado a un lado del colchón, con su cabello oscuro y húmedo cayéndole por el rostro. Y traía puesto un traje de vestir negro.

Dios bendito, iba a pecar de muchas maneras si aquella imagen se repetía con frecuencia.

—Debo irme ya —anunció él, mirando el reloj en su muñeca—. Pero no quería marcharme sin darte un beso.

Yo todavía me encontraba atontada ante la forma en que la camisa blanca se ajustaba a su cuerpo, ante la forma en que el saco de vestir oscuro junto con los pantalones de la misma tonalidad me hacían perder la cordura a niveles exorbitantes.

—¿Te encuentras bien? —inquirió él, entonces, dado mi silencio.

—Define bien —balbuceé antes de poder controlarlo. ¿Podía aumentar mi deseo por él sólo por la manera en la que lucía un par de prendas de ropa?

Kaiden arqueó una ceja.

Yo sacudí la cabeza rápidamente.

—Sí, sólo... Me sorprendió tu uniforme —declaré.

Él hizo una mueca divertida.

—Lo tomaré como un cumplido —musitó él—. Ven aquí.

Extendió sus manos hacia mí. Yo, completamente devota con la imagen que se presentaba ante mí, me incliné hacia delante. Kaiden cerró sus brazos alrededor de mi cintura. Su boca encontró la mía sin demoras, sus labios presionando los míos con la fuerza necesaria como para hacerme soltar un jadeo. El calor de mi cuerpo no hacía más que incrementarse.

Trepé sobre su regazo antes de que me lo impidiera. Oí cómo su garganta pronunciaba un gruñido, pero supe de inmediato que no era algo malo. La forma en que lo sentía duro debajo de mí, sabiendo que lo único que vestía yo a diferencia suya era ropa interior, me lo confirmaba.

—Thea —gimió él contra mis labios—, no puedo llegar tarde el primer día.

—Entonces tendrás que ser rápido —repuse yo, con mis manos descendiendo por aquel pecho cubierto con la camisa blanca. Le desabroché los primeros botones.

—Carajo —espetó. Su mano ascendió hasta rodear la base de mi cuello, haciendo que detuviera mis movimientos ante sus dedos sobre mi garganta—. De ninguna jodida manera voy a ser rápido contigo. No si la situación...

Moví mis caderas hacia delante, rozándole. Sus palabras murieron tras aquella acción de mi parte, siendo un gemido contenido lo siguiente que escuché. Se inclinó hacia mi cuello.

—No hay tiempo para hacerte todo lo que quiero —farfulló, besando la piel desnuda de mi tráquea. Su mano izquierda fue en descenso hasta posarse sobre la tela de mis bragas.

—Por favor, Kaiden —imploré. Tomaría cualquier cosa que pudiera ofrecerme, a estas alturas.

El aludido soltó otro gruñido entre dientes. Sin embargo, se apartó unos centímetros de la piel de mi garganta. Me observó desde su sitio, con su propia mirada hambrienta y encendida. Las pupilas negras de sus ojos se encontraban completamente dilatadas, y a juzgar por cómo le sentía, lo anhelaba tanto como yo. Puede que más.

—Mantén ese pensamiento hasta que regrese —masculló—. Entonces, querré escuchar aquellas dulces palabras de ruego y súplica constantemente.

Emití otro sonido en objeción ante sus palabras. Kaiden se iría a trabajar durante ocho horas; era demasiado tiempo como para hacer algo al respecto.

—Quizás me ocupe yo misma —musité, intentando levantarme de su regazo. Fallé, porque Kaiden posicionó sus palmas sobre mis caderas y me retuvo allí un poco más. Sus dedos se hundieron en la piel de ellas de forma placentera.

—¿Que te ocuparas tú misma? —repitió, consternado. Sus ojos azules oscuros se encontraron con los míos.

—Así es —le desafié con la mirada.

—Mm. Es tierno que creas que aquello puede comparársele a la forma en la que yo te toco —Una de sus manos ascendió hasta uno de mis pechos. Se deslizó por debajo del corpiño, y tomó mi pezón ya endurecido entre su dedo índice y el pulgar, provocándome un jadeo que no pude reprimir—, la forma en la que yo te beso. La forma en que te hago sentir con mis manos, mi boca, mi verga. Dime, Thea, ¿es lo mismo?

Por supuesto que no. No había manera que fuera lo mismo, en ningún planeta o dimensión paralela.

—Contesta —urgió él.

—No —susurré en respuesta.

—¿No, qué?

—No es lo mismo. Kaiden...

—Eso quería escuchar.

De todas maneras, retiró sus manos de mi cuerpo. La sensación de abandono llegó a su ápice en menos de dos segundos, casi haciéndome lloriquear.

—Haré que valga la pena en cuanto vuelva del trabajo —prometió.

—Me voy a tocar en tu ausencia —espeté, sólo para provocarle ante ello, mientras me deslizaba nuevamente al colchón.

—Hazlo —sentenció, sus ojos azules ennegreciéndose—. Cuando lo hagas, piensa en mí. Piensa en la forma en que te hago estremecer con un leve roce. Imagina lo que quieras. Pero te aseguro, Thea, que no le llegará ni a los talones a lo que planeo hacerte en cuanto vuelva más tarde. Y reconocerás que nadie te hace sentir como yo.

Me relamí los labios, esforzándome en controlar la selección de palabras que flotaban por mi cerebro. Claro que admitiría que él era el único capaz de hacerme enloquecer con una caricia, por más breve que fuera. Siempre lo había hecho, no había nada que ocultar al respecto.

—Será mejor que vuelvas pronto —mascullé yo.

Él rio.

—Me gusta tu entusiasmo —ladeó una sonrisa—. Por el bien de mi cordura, será mejor que lo haga.

Lo que sangra el corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora