Capítulo 6

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—Eso —musitó Lydia, una vez me encontré entre los muros que me pertenecían— fue increíblemente intenso.

—Lo detesto —espeté.

—Ya, pero no puedes negar que fue sexy. Y que Kaiden Parker se desborda en atractivo.

Puse los ojos en blanco.

—Puede, pero no cubre la cuota de lo más importante: no ser un imbécil.

Lydia produjo una carcajada.

—En eso, amiga mía, te doy la razón.

Lydia y yo finalizamos el recipiente de helado hasta que no hubo nada más dentro. El simple recuerdo de Kaiden lamiendo el helado de chocolate en su dedo hizo que volviera a estremecerme sin poder evitarlo. ¿A qué estaba jugando? Sea cual sea su jueguecito, yo nunca acepté entrar en él. Y mantendría aquel pensamiento, dado que aún conservaba una buena proporción de cordura en mi sistema.

Unas horas más tarde, después de que Lydia me distrajera de todo aquello que hacía que mi vida fuera en decadencia diariamente, y luego de platicar sobre cosas más triviales que el vecino sexy que atormentaba mi vida, decidimos que era hora de irnos a acostar. Era cierto que mañana no teníamos clase, pero aun así tenía mis propias responsabilidades.

Mientras Lydia ingresaba en mi habitación y se acostaba en la cama, yo decidí que tras un día tan asqueroso como el de hoy lo mínimo que me merecía era una ducha caliente de por lo menos quince minutos. Llevé conmigo mi pijama y me encerré en el baño contiguo al cuarto, para momentos más tardes abrir la llave de la regadera y dejar que me rociara el agua hirviendo una vez me deshice de mis prendas.

La sensación de alivio fue instantánea. Mis músculos se permitieron descansar, y mi mente vagó hasta quedarse totalmente en blanco. Si era capaz de superar esta semana, sería capaz de hacer prácticamente cualquier cosa.

El agua caliente viajaba hasta mi piel pálida y se estancaba allí en forma de ínfimas gotas, mientras que en mi cabello ocurría precisamente lo contrario. Teniendo un pelo tan largo, podía sentir la pesadez del agua en él mientras las gotas se escurrían por la rejilla de la ducha.

Tras enjabonar mi cuerpo y lavar el dichoso cabello que tardaría años en secar, salí a los veinte minutos para ponerme el pijama. Pasé la palma de mi mano sobre el espejo para dispersar el vapor, y entonces me observé. Aquel cabello lacio y color café que poseía caía con soltura hacia mi espalda, donde las puntas del mismo alcanzaban la altura de mi ombligo. Me mordí el labio inferior, estudiando el resto de mi cuerpo desnudo. Había ciertas cosas que deseaba por sobre todo modificar, pero dentro de lo que cabía era bastante menuda. No era tan alta como Lydia, que me llevaba una ventaja de aproximadamente quince centímetros, pero tampoco medía lo mismo que Cassie. Eso era algo, creo.

Y luego me observé el rostro. Allí estaba aquel fenómeno inusual en mis ojos, aquel por el que daría todo para que desapareciera. Mi madre siempre ha dicho que la heterocromía hacía que los demás fijaran más su atención en aquel fenómeno que en mi carácter, y que por aquello debía estar agradecida. Yo, en cambio, no lo veía del mismo modo.

Bufando, me vestí apresuradamente. Desistí en secarme el cabello, ya era demasiado tarde y realmente me apetecían unas horas reparadoras de sueño. Al deshacerme de las toallas que empleé para secarme, y al terminar de colocarme la ropa de dormir, salí del baño y me dirigí hasta mi cama. Lydia ya estaba allí, debajo de las colchas, esperando a por mí mientras usaba su móvil.

—Has tardado una eternidad —reprochó, bromeando.

Bueno, al menos no musitó un "Siempre puntual, Thea". Sacudí la cabeza, no tenía ánimos de que mis pensamientos se encaminaran hacia aquel tóxico ambiente.

Lo que sangra el corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora