Capítulo 91

9 3 0
                                    

Kaiden me acompañó a casa aquella tarde. Todo marchaba normal, todo estaba perfectamente bien. Le prometí enseñarle el tatuaje una vez que se cumpliera el tiempo requerido para quitarme la venda, y él se mostró entusiasmado. Al llegar al tercer piso tras tomar el elevador, me preguntó si quería cenar en su casa.

—Claro —asentí—, pero déjame cambiarme antes.

—¿Para qué? Si ambos sabemos que terminarás desnuda rápidamente.

—¡Kaiden! —exclamé, soltando una risotada.

—Es la verdad.

—Puede —asumí, mientras me encaminaba hacia la puerta de mi casa—, pero quiero vestirme apropiadamente. Y qué va, que luego tú me desvistas. Sería un juego divertido, ¿no? Yo vistiéndome y tú quitándome la ropa.

Vi sus zafiros oscurecerse antes de que la respuesta tomase forma verbal.

—Jugaremos a eso esta noche —sentenció.

Yo sólo me eché a reír. Asentí con la cabeza mientras tomaba el pomo de la puerta de mi apartamento y empujaba. Oí que Kaiden ingresó a su casa mientras yo me adentraba a la mía, cerrando la puerta detrás de mí.

—Se oye como un juego interesante —espetó una voz a mi lado.

Pegué un brinco desde mi sitio, girándome en dirección a aquella voz. Mi boca se resecó. ¿Qué demonios...?

—¿Qué...?

—Me hubiese gustado que aquella invitación estuviera dirigida a mí —farfulló aquella persona que hasta hace unos instantes había estado escondida detrás de la puerta.

Todas las alarmas de mi cerebro se encontraban resonando. No podía pensar, no podía ni siquiera respirar. Había algo que no lucía correcto en esta situación, más allá de que él se encontrara aquí sin haberle invitado.

—Creí que no recordaría el número del apartamento —continuó hablando—, pero mi memoria no falla. No en lo que respecta a ti.

Los latidos de mi corazón ascendieron peligrosamente. Trevor aún no se había aproximado a mí, pero no tenía que hacerlo para que me sintiera incómoda. Lucía diferente a la última vez que le había visto: tenía unas sombras debajo de sus ojos, y una barba de varios días sin afeitar. Y su mirada se encontraba cristalizada y enrojecida.

Ha bebido. Y se ha metido en mi apartamento porque sí.

Me lo confirmó su andar errático cuando comenzó a acercarse a mí. Retrocedí por inercia, aún sin ser capaz de hablar. Mi lengua se había convertido en algodón, algo no estaba bien.

—Nunca podría olvidar nada relacionado a ti, Thea —arrastró las palabras y se tambaleó unos instantes. Al recuperar el equilibrio, me miró detenidamente, intentando enfocarme con sus ojos grises—. Te dije que esto no había acabado.

—Trevor... —balbuceé, casi susurrando.

—No, no, de ninguna manera ha terminado —él chasqueó la lengua—. No antes... No sin que nosotros...

—¿Cómo entraste? —encontré el raciocinio suficiente para armar una oración coherente.

—La puerta estaba abierta —señaló.

Mierda. La puerta abierta.

¿Siempre dejas la puerta abierta? Puede entrar cualquiera: un ladrón, un asesino... Tenemos que hablar seriamente de tu adicción a no echarle llave a tu apartamento. Maldita sea, Thea, ¿cuándo demonios aprenderás a cerrar la puerta con llave?

Lo que sangra el corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora