Después de misa.

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Ya era de noche en la ciudad, se suponía que debía estar en el convento con las demás hermanas ya que habíamos celebrado misa esa misma tarde, pero la verdad preferí desentenderme

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Ya era de noche en la ciudad, se suponía que debía estar en el convento con las demás hermanas ya que habíamos celebrado misa esa misma tarde, pero la verdad preferí desentenderme.

Me sentía un poco más cansada de lo normal, seguramente será porque anoche dormí menos de lo que suelo dormir por lo regular, de ahí que estuviera pagando ese precio.

Me encontraba en la que era mi "casa" por no decir que era el lugar donde guardaba algunas herramientas de combate, era un espacio realmente pequeño, pero no necesitaba más.

Acababa de ducharme, lo que sentía necesario, tenía mi bata blanca puesta, me sentía fresca por fuera, pero caliente por dentro. A diferencia de las demás hermanas que se guardan del pecado, yo, en lo personal, siento que el pecado, más que algo que debe evitarse, debe cometerse.

¿De qué se supone nos perdonara Barsibatos si no hemos cometido acciones malas? Yo no puedo disculpar a alguien que no me ha hecho algún mal, de ahí que el pecado sea necesario.

Quería pecar, sin duda, y del tipo de pecado más bajo que se puede cometer: uno relacionado la carne. Sentía que mis mejillas se habían colorado un poco, apretaba mi entrepierna y sentía que mis pezones se iban poniendo duros conforme más brotaba en mí ese deseo de pecar.

Me recosté en mi cama, descubriéndome los senos para comenzar a acariciarme uno de ellos, especialmente el pezón.

-Barbatoas...perdone por favor a esta oveja suya por hacer algo que no debe. -Dije a baja voz, mordiéndome el labio para acariciarme con suavidad y ternura mi abdomen, lo que me hizo gemir, y esos gemidos fueron aumentando de tono conforme más bajaba. (Venti viendo por la ventana mientras babea: oh, sí, claro que te perdono)

Al toparme con mi vulva, sonreí para mí misma, acariciando la misma con los dedos índice, corazón y anular, lo que me sacó otro gemido.

Seguí así por un rato, aunque eran solo los preparativos. Lo único malo es que tengo la mala costumbre de ser ruidosa, aunque da lo mismo, nadie puede oírme realmente ya que es muy noche y las calles están vacías y de las paredes de roca no pasa ni el ruido de un grito.

Cuando metí esos dedos dos dedos en mi vagina, gemí con más placer, incluso con una risita, me encantaba sin pensarlo un segundo, pecar es de mis cosas favoritas, y más si se trata de la carne. Aunque claro, después de la misa toca confesarme y ahí es cuando me ponen a rezar de más, lo que me es molesto pero es el precio a pagar.

Con mi otra mano me acariciaba el cuerpo, los senos, incluso la vulva, siempre metiendo mis dedos con lentitud para estimular mi zona especial, lo que era para disfrutar.

Ya gemía a un volumen que era perfectamente audible en todo el cuarto, como dije antes, soy ruidosa, no lo puedo evitar, me pierdo en mi mundo mientras me masturbo y la verdad es que no me doy cuenta de qué tan fuerte gimo.

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